martes, 26 de julio de 2011

404. DE LA ACCIÓN A LA REACCIÓN, DE LA PROVOCACIÓN A LA REPRESALIA, DE UN CRIMEN A OTRO CRIMEN AÚN PEOR


La enorme salvajada perpetrada hace cuatros días por un energúmeno en la hasta ahora pacífica Noruega además de haberme entristecido y dejado por completo anonadado, me ha obligado a reflexionar.

Vivimos tiempos de doble o triple moral en los que hasta los más execrables crímenes, con usados, sin reparo moral alguno por los políticos y por los medios de comunicación que les son afines, con el más absoluto descaro, como bombas letales contra quienes se oponen a ellos.

Los crímenes son crímenes los cometa quien los cometa. Los asesinos son asesinos cualquiera que sean sus razones para asesinar y los objetivos que persigan con la muerte de sus víctimas.

Quienes asesinan a sus mujeres porque tienen celos son unos asesinos y quienes asesinan a un anciano para robarle diez euros son asesinos, al igual que son asesinos los terroristas de ETA que disparan en la nuca a concejales vascos, y son asesinos los iluminados islamistas que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas y quienes hicieron explotar los trenes de cercanías en Madrid. Los asesinos son asesinos y nada justifica sus asesinatos.

Además, a pesar de cuanto digan los políticos, los únicos responsables de los asesinatos son los asesinos que deben pagar sus crímenes de acuerdo a lo que marca la ley y si la sociedad piensa que la ley actual no es suficientemente dura hay que cambiarla para hacerla más dura, cosa que los políticos, quien sabe por qué, rotundamente y escondiendo sus razones, se niegan a hacer.

Sin embargo, en estos momentos en Noruega, los políticos de izquierdas cargan los muertos a los políticos de derechas, lo mismo que ocurrió en España en el terrible marzo de 2004, se hizo en Irlanda durante muchos años y se hace cada día en muchos de los lugares donde el terrorismo azota la convivencia y destroza la vida de las personas.

Los políticos aprovechan todo, hasta los crímenes más detestables, para desplazar del poder a otros políticos. Es verdaderamente repugnante.

Y la acción interesada, desalmada y vil, de los políticos provoca en las sociedades espirales de odio que impulsan más y más la violencia.

Está absolutamente claro que toda acción provoca una reacción que tiene una intensidad igual o superior que la de la acción que la origina y las palabras y las conductas de los políticos son acciones que provocan palabras y reacciones cada vez más violentas en otros políticos y, lo que es peor, en la sociedad.

El asesino de Noruega es un asesino, los etarras que han asesinado son asesinos, los islamistas que han cometido crímenes son asesinos y ellos son los únicos responsables de los asesinatos. Pero si los políticos, en lugar de limitarse a lamentarlo y cumplir la Ley, se dedican a echar la culpa a la religión o a la ideología de los demás, están justificando, directa o indirectamente el asesinato de unos u otros.

Si la política de inmigración de un gobierno provoca reacciones negativas en la sociedad, los políticos deberían ocuparse de trabajar para evitar que una parte de sus ciudadanos tengan esas reacciones y no acusarles de ser xenófobos.

Si la política antiterrorismo de un gobierno provoca reacciones negativas en la sociedad, los políticos deberían ocuparse de trabajar para evitar que los ciudadanos tengan esas reacciones y no acusarles de ser enemigos de la paz.

Los políticos y los medios de comunicación, estoy convencido, en su lamentable conducta de usar los crímenes para atacar a sus adversarios políticos plantan en la sociedad semillas de un espantoso juego de acción reacción, en el que, para mal de todos, los mayores crímenes y los peores criminales pueden encontrar justificación.

martes, 12 de julio de 2011

403. LA REBELIÓN DE ATLAS DE AYN RAND Y LA DEFENSA DE LA NACIÓN ESPAÑOLA. DE JOSE MANUEL OTERO NOVAS.


En estos días de julio, cuando Estados Unidos se encuentra al borde del impago de su deuda, cuando Europa apenas puede salvar del desastre su moneda, cuando España está muy próxima a caer en la ruina, cuando todo hace pensar que, si no se produce un milagro, los cuatro jinetes del Apocalipsis muy pronto y por mucho tiempo, recorrerán la tierra, no dejo de pensar en el contenido de dos libros en los que quizá se pueden encontrar claves para entender lo que hoy vivimos y luces para encontrar caminos de solución. Me refiero a La rebelión de Atlas, de Ayn Rand y a Defensa de la Nación española de José Manuel Otero Novas.

Son dos libros muy diferentes, el de la autora ruso americana, fundadora del Objetivismo, es la exposición de una filosofía escondida en el texto de una grandísima novela que ha influido e influye cada día más en el pensamiento de una multitud de personas bien formadas a lo largo de todo el mundo. El del pensador español, Ministro de Suárez durante la Transición española, es un ensayo sobre la realidad global de los grandes problemas y de las oportunidades de España.

Ayn Rand, enfrentada con cuanto representa el socialismo y toda cultura que no abogue por el trabajo, la creatividad y el esfuerzo personal, propone en la Rebelión de Atlas la huelga de los capaces, el imperativo moral de la resistencia absoluta a dejar que los incapaces se apropien de lo que consiguen los capaces, a impedir que los inútiles y los vagos vivan de robar a los demás el fruto de sus esfuerzos.

José Manuel Otero Novas propone, con enorme acierto, en Defensa de la Nación española las preguntas, que no las respuestas, más importantes de cuantas hemos resolver los españoles para que España y los españoles seamos en el futuro, como siempre lo hemos sido, una gran nación llena de hombres capaces: El problema de la profesionalización de los políticos y la corrupción, el infundado complejo de inferioridad de algunos españoles, la crisis de los valores, el problema de las autonomías y la desintegración de España, la educación, la desmilitarización del ejército, los contrastes entre derechas y las izquierdas, y la integración de España en la Unión Europea a más de su propia alternativa a esa integración.

¿Por qué escribo esta entrada? La respuesta es sencilla, porque pienso que en las ideas de Ayn Rand se pueden encontrar luces para iluminar caminos que hagan realidad un buen futuro para la las personas y para la sociedad y en las preguntas de José Manuel Otero Novas están las claves para encontrar las respuestas que nos permitan a los españoles seguir diciendo con orgullo que somos españoles y que España es una gran nación.

lunes, 4 de julio de 2011

402. ES MÁS EFICIENTE EL EMPUJE DE LA ILUSIÓN QUE EL SABER DE LA EXPERIENCIA



El pasado viernes 1 de julio mi buen amigo el doctor Felicísimo Valbuena ha publicado en La Voz Libre, http://www.lavozlibre.com/ , con el título Los opositores que han tenido la mala suerte de haber nacido tarde, uinteresante artículo que vale la pena leer y que, por una parte, trata sobre los cambios introducidos por la consejera de Educación de la Comunidad de Madrid en las oposiciones al cuerpo de Maestros destinados a valorar más los conocimientos de los jóvenes que la experiencia de los veteranos y, por otra parte, a comentar la respuesta del sindicato Comisiones Obreras que han hecho lo que “hacen muchos cuando carecen de ideas: acudir a los Tribunales”

Estando por completo de acuerdo con el profesor Valbuena y, por supuesto, con la consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, aprovecho la ocasión para desgranar algunas reflexiones que he ido acumulando en mi experiencia profesional, iniciada en una época en la que la experiencia casi siempre era un mérito mayor que el saber, la ilusión y el esfuerzo.

En primer lugar, y dando por bueno eso que llaman el “enorme saber de la experiencia”, como yo tengo mucha, debo decir, a gritos si hace falta, que la suma del conocimiento más el empuje de la ilusión es, desde siempre, mucho más eficiente que el saber de la experiencia y que quienes niegan esto es porque pretenden conservar privilegios ganados, muchas veces, con malas artes.

En segundo lugar, casi siempre, eso que llaman el “saber de la experiencia”, en realidad suele ser la  magnificación, sin sentido, del valor que se da al simple estar en un lugar durante un lapso de tiempo.

Creo que he perdido la cuenta de las veces que he visto tratar de poner en valor “la experiencia de muchos años” en un puesto o en una función, cuando el contenido real de esa experiencia era el correspondiente a haber hecho lo mismo todos los días o todos los años durante años y años.

Dicho de otra manera, la experiencia de muchos años de una persona en un puesto puede tener el mismo valor que experiencia que tenía la misma persona cuando llevaba un día, una semana, un mes o un año en el puesto.

Cualquiera que haya vivido un poco puede dar fe de la realidad: La ilusión por hacer cosas, innovar, cambiar para mejor, lograr éxitos, conseguir triunfos, o lograr imposibles, es un bien de la sociedad que se concentra especialmente en los jóvenes.

Está a la vista de cualquiera que vea lo que sucede a su alrededor que la capacidad y la fuerza para crear nuevas empresas, para generar nuevas ideas, para lanzar nuevos productos, para inventar nuevos mercados, para ilusionar a las personas y para crear y liderar equipos, está concentrada en jóvenes que tienen ambición de logro, que poseen conocimientos y que los incrementan cuanto pueden, que luchan por conseguir metas inalcanzables y que no consideran imposible vencer los mayores obstáculos.

Esto es tan cierto que, desde hace muchos años, en grandes empresas que sientan en sus consejos a “personas con gran experiencia”, quienes llevan realmente las riendas para lograr el éxito del negocio son personas jóvenes, bien preparadas, con ilusión, capaces de arriesgar y deseosas siempre de conseguir más y más.

Y esto ocurre también en todas las organizaciones. ¿Alguien duda que casi todos los cambios positivos en la gestión de las administraciones públicas, desde hace muchos años, hayan sido impulsados por funcionarios jóvenes? ¿Alguien se atrevería a negar que los militares más exitosos han conseguido sus mayores victorias cuando aún eran jóvenes? ¿Alguien, salvo los líderes sindicales, los liberados de los sindicatos y las personas que no gustan del trabajo, puede negar que el trabajo de los jóvenes supera casi siempre al realizado por sus colegas de mayor edad?
 
Y, si miramos al mundo académico, todos sabemos que el mejor rendimiento es el de los docentes jóvenes y, más aún, se puede añadir que sería de necios no pensar que una parte importantísima del éxito continuado de algunos profesores entrados en años se encuentra en el trabajo, reconocido o no, de sus colaboradores más jóvenes.

Una muestra adicional del absurdo que supone creer que el valor de la experiencia es superior al del saber y la ilusión de los jóvenes es la decadencia continuada y la catástrofe colectiva que supone para algunos países, Cuba es un ejemplo claro, la ineficiente dictadura de ancianos llenos de experiencia que mantiene a su país en la miseria , o el caso de la Iglesia Católica, que cada día más decrépita y milagrosamente aún no muerta, gracias quizá a la labor continuada del Espíritu Santo que da a los jóvenes católicos además de mucha Fe y abundante Caridad, toneladas de ilusionada Esperanza.

Por todo lo anterior y abundando en todo lo anterior, pienso que salvo alguna rarísima excepción, el poder en las organizaciones y las mejores retribuciones deben estar en manos de los jóvenes.

Pero ¿Quiénes son los jóvenes?

Para mí son jóvenes las personas que tienen más corto el pasado que el futuro, las que no piensan en conservar y solo ansían conseguir, las que no temen caerse porque saben todavía lo que es levantarse, las que no se lo saben todo y necesitan aprender, las que cuando están muy cansadas pueden seguir haciendo enormes esfuerzos, las que han dedicado menos años a trabajar que a prepararse, las que tienen manos años que quienes opinamos sobre “los jóvenes” o sobre “ la juventud”

Los mayores decimos que hay jóvenes que son viejos y viejos que, a pesar de sus años, se mantienen jóvenes, pero me temo que esta expresión es tan solo la expresión de una más de las muchas falsas ilusiones que genera el exceso de experiencia.

Y, no me digan que “los jóvenes de ahora no están preparados”, que “los jóvenes de ahora no saben lo que es trabajar”, o que “los jóvenes de ahora son muy cómodos y no quieren arriesgar”. Estas expresiones son, además de falacias de viejos y añoranza de la juventud perdida, una muestra de absoluta estupidez.