He tenido la fortuna de pasar unos días en El Ejido y he quedado tan impresionado que considero un deber dedicar varias páginas a presentar reflexiones sobre lo que he visto.
Un resumen de la información que sobre este lugar se encuentra en Internet puede ser el siguiente:
“Está situado a 80 m. de altitud, en el Poniente Almeriense, tiene 27 Km. de costa. Se encuentra junto a la N-340 entre Puebla de Vícar y Adra . Está a 32 Km. de Almería, 150 Km. de Granada, 180 Km. de Málaga, 640 Km. de Madrid y 850 Km. de Barcelona, y está unido al mundo por una muy buena autovía. Su extensión es de 227 km² y tiene una densidad de 344,57 hab / km².
Con 78.218 habitantes en 2007, es la segunda población en habitantes de la provincia. La economía gira en torno a sus invernaderos, que se han convertido en la gran reserva hortofrutícola de Europa, puesto que es una de las comarcas agrícolas más productivas de Europa”.
“El Ejido, ha sido foco de atracción de inmigrantes a lo largo de su historia moderna, atrayendo primero a habitantes de la Alpujarra y posteriormente a gente de otras partes de la geografía española y mundial.
La inmigración extranjera hace fuerte su presencia en El Ejido, dada la gran oferta de puestos de trabajo para personal no cualificado en la agricultura, con lo que es importante la presencia de la colonia marroquí, rumana, ecuatoriana o rusa, principalmente.
Culturalmente, uno de sus signos de identidad es el Festival de Teatro de El Ejido y personaje ilustre del lugar es Manolo Escobar, cantante y actor”
En una primera aproximación, lo primero que destaca es el buen trazado y la amplitud de las avenidas que unen entre sí los distintos núcleos de la población, todos con buenos edificios, y el mar de plástico que cubre miles de hectáreas repletas de invernaderos.
En el centro de la ciudad, un bulevar moderno en el que se abren oficinas de todos los bancos para mí conocidos y otros totalmente desconocidos, se apoya la plaza nueva y enorme, con buen diseño, que alberga el ayuntamiento.
Automóviles de todas las marcas y cilindradas, gentes bien vestidas, casi siempre con ropa informal, facciones andaluzas, rostros eslavos, cuerpos andinos y cabellos ocultos, se mezclan en un ir y venir que respira, además de actividad, negocio, alegría de vivir, preocupaciones y, sobre todo, pasión.
Tengo la impresión de estar en una ciudad nueva en la que a los gritos de “oro” o “petróleo”, han llegado miles de aventureros que están construyendo, sin escatimar energía, la gran ciudad del futuro.
Y siento que me arrastra con fuerza el deseo de participar en la aventura, de agarrar mi parte en el “botín”, de luchar con toda el alma para “ser alguien” en esta ciudad extraordinaria en la que el pasado de cada uno importa nada y en la que el éxito está al alcance de cualquiera.
Solamente por tener estas sensaciones vale la pena visitar El Ejido, aún sabiendo que El Ejido es mucho más.
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