La Muerte Civil ha sido, desde la Antigua Grecia hasta avanzado el siglo XIX en un gran número de países del mundo occidental, el castigo, por delitos muy graves, consistente en considerar a una persona como si estuviera muerta e efectos legales.
Desde que, en el primer curso de la carrera de Derecho, este castigo me parecio terrible ya que la sanción era extremadamente dura por cuanto el muerto civil perdía, en la práctica, además de la capacidad jurídica y la protección legal, todo el respeto social, la vida familiar e incluso, la posibilidad de ganarse la vida.
Al muerto civil, para supervivir, solamente le quedaba la posibilidad del destierro. Marchar lejos y rehacer su vida en un lugar al que no pudiera llegar la noticia de su condena.
En España, contra lo que ocurre en no pocos lugares de América, pocas personas han oído hablar de este castigo y, menos todavía, han pensado alguna vez en la posibilidad su aplicarlo, de un modo u otro, nuevamente en este siglo.
Sin embargo, días atrás, cuando tuve noticia de la sentencia del Tribunal Constitucional que absolvía y dejaba sin sanción, por tecnicismos legales, a dos conocidos hombres de negocios, que han estafado millones de euros a personas que habían depositado en ellos su confianza, recordé la existencia de la Muerte Civil.
Tengo claro que si un tribunal absuelve, la persona absuelta está y legalmente, nada se puede, ni se debe decir ni hacer.
Sin embargo, si cada uno de los ciudadanos que saben de las malas artes de estos personajes les negaran la palabra, nunca tomasen su dinero, no les recibiesen en sus casas y les considerasen nada, si se les dejara solos del todo, acaso habrían obtenido el castigo correcto a su felonía y, es seguro que difícilmente alguien tuviera interés alguno en seguir el mal ejemplo.
Lamentablemente estamos en un mundo de locos y los dos financieros, al igual que otros antes y los que vendrán luego, seguirán siendo personas respetadas, admiradas por muchos y envidiadas por no pocos.
La riqueza, adquirida de cualquier modo, en este mundo real, es aceptada por todos. Sigue siendo verdad, como cuando lo escribió en sus versos, áspero siempre y brutal mil veces, Quevedo, que poderoso caballero es don dinero.
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