Cada vez que veo, a través de la prensa, la satisfacción de los gobernantes, de Bolivia, Ecuador, o Nicaragua, por haber conseguido el enorme éxito de nacionalizar, por las buenas o por las malas, grandes empresas de sectores estratégicos, electricidad, gas, teléfonos o similares, me siento incómodo primero, luego apenado, por la falta de visión de los políticos y finalmente entristecido por las consecuencias, siempre negativas, que siempre se siguen para los ciudadanos.
Las razones de mi tristeza son bastante simples:
En Europa, tierra de viejas y experimentadas naciones, para conseguir que los ciudadanos tengan mejores servicios, al mejor coste y sin carga para la hacienda pública, los servicios públicos no solo han sido privatizados, sino que se ha fomentado la entrada, en los sectores que antes eran monopolios estatales, de nuevos competidores, muchas veces transnacionales extranjeras.
En Gran Bretaña, en Italia, en Portugal, en Alemania, o en España, el consumidor puede elegir la compañía de teléfonos que quiera entre varias, la estación de servicio para repostar gasolina entre varias marcas, o el banco entre muchos, en el que depositar dinero o solicitar créditos. Todas las empresas luchan por ofrecer las mejores condiciones y el cliente, si está satisfecho se queda y si deja de estarlo se marcha a otra parte con su dinero.
Las empresas procuran trabajar bien y ganar dinero, si no lo hacen salen del mercado o son devoradas por otras empresas más capaces. Y, en ningún caso el Estado tiene que pagar los platos rotos por las empresas mal gestionadas o soportar las quejas de los ciudadanos por el mal funcionamiento de las empresas públicas.
Sin embargo, si lo anterior es importante, lo es más aún el efecto adverso que sobre la inversión extranjera tiene el que un buen gobierno, el de Nicaragua, Ecuador o Bolivia, nacionalicen teléfonos, electricidad o bancos. Nadie acude a poner su plata en cerca de quien le puede quitar incluso la bolsa en la que la guarda.
Y todavía peor, que cuando consiguen nacionalizar aplicando presiones o incluso la fuerza, no vean los gobernantes y quienes les apoyan, que antes o después, Nicaragua, Ecuador o Bolivia, los ciudadanos de estos países, van a pagar enormes cantidades de dinero a las compañías nacionalizadas por los acuerdos que dentro de las normas jurídicas que regulan los mercados mundiales al final hay que cumplir.
Para colmo, en no pocos casos, las buenas empresas que se han adquirido o nacionalizado bajo presión, en cuatro días quedan obsoletas, pierder sus mercados, deterioran el servicio y son fuente de conflictividad laboral, ya sea por falta de capacidad inversora, por las peculiaridades del mercado, la capacidad de sus gestores o las interferencias políticas, es igual.
Mientras tanto, “las terribles transnacionales” van a seguir ganando dinero, afortunadamente para los ahorradores que compran sus acciones, en otras partes del mundo, y van seguir invirtiendo y pagando a sus empleados normalmente bastante bien y con la mayor puntualidad.
Es triste que los gobiernos de países que no son ricos, gasten su dinero en comprar o asegurar para dentro de unos años el pago adicional de grandes sumas por dedicarse a hacer maravillas, en lugar de hacer buenas escuelas, mantenerlas como es debido y hacer que los niños aprendan en ellas.
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