“No hay mayor ciego que el que no quiere ver”, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”, son dichos que se encuentran en todos los idiomas, son expresiones del lenguaje diario que refleja la capacidad del ser humano para no admitir aquello que no le gusta, que le desagrada, o le puede suponer un contratiempo.
“En boca cerrada no entran moscas”, al igual que “al que quiera saber, poquito y al revés”, son también frases hechas y consejos que la sabiduría popular aporta a la educación de los súbditos, que no ciudadanos, de países en los que se mantiene, en manos poco diferentes, el ejercicio del poder, como en el Antiguo Régimen.
¿Ejemplos?. De verdad, ¿Alguien los necesita?
Yo mismo, para evitar ser considerado, “troglodita”, “momio”, “antidemócrata”, “antiguo” o “mala persona”, por gentes que están absolutamente seguras de tener la razón absoluta al pensar lo que piensan, y por no querer que me consideren mas sordo y más ciego que el mayor ciego y el mayor sordo, prefiero muchas veces hacerme el mudo.
Pero, ¿Es razonable aceptar, casi como si fuera bueno, ser mudo?
Sí, es razonable. Es razonable porque evita “ser distinto”, porque nadie quiere ser la oveja negra, esa que es distinta y a la que en la reunión de los pastores se elige para ser la oveja muerta.
Claro que las personas no siempre pueden ser razonables, y hasta es irresistible la necesidad de “hacer locuras”, de gritar lo que se piensa.
Y cuando lo haces, resulta que hay otras gentes que confiesan, casi sin pudor, con profundo alivio y no poca alegría, que ellos también piensan que el aborto es un crimen, la eutanasia una barbaridad, el matrimonio un contrato entre un hombre y una mujer, la esquizofrenia una limitación absoluta para ser presidente de gobierno, y que, para colmo, si fueran norteamericanos, el cuatro de noviembre no dudarían votar al candidato republicano.
Acaso los demás también tengan mucho de ciegos que no quieren ver o de sordos que no quieren oír. Y acaso también, de cuando en cuando, les vendría bastante bien saberse callar.
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