Hace algunos días tuve la gran satisfacción, en casa de un cliente, en un acto íntimo e inesperado, con una muy leve formalidad, de recibir, además de un precioso lapicero y un símbolo corporativo, unas palabras de aprecio y agradecimiento que me llenaron de alegría.
Más próximo todavía está el comentario a la entrada 210 de este blog que un desconocido ha colgado para agradecerme la luz lejana que se ha abierto a su amor, hoy muy pesaroso. Haber contribuido en algo a que alguien sea o, al menos, esté mejor un rato de su vida, justifica plenamente mantener el blog.
Y, al compartir estas alegrías, nos ha venido a la memoria, a la de mi mujer y a la mía, lo contentos que nos pusimos cuando de la mano de su marido, con sus dos hijos y una garrafa del aceite de sus propios olivos, luego de haber pasado un año desde que la llevamos desde el lugar de su accidente al hospital, llena de dolores, miedo y mucha sangre, vino para agradecernos, como le dijeron los médicos, no solo haberle salvado la vida sino, acaso sobre todo, que hubiéramos aceptado que se manchase, lo habíamos olvidado, tanto el coche.
Realmente estas pequeñas, que son muy grandes, satisfacciones son el simple resultado de procurar cumplir con tu obligación, que no es otra que hacer, con actitud positiva, ilusión y rigor, el trabajo que te ha pedido y al que tiene derecho tu cliente, tu lector o quien por unas cosas u otras, está próximo,
Además, la realidad es que los clientes te pagan, los lectores te leen y quien está cerca, solo por estarlo, te está apoyando. Por eso tener clientes, tener lectores o tener personas próximas es más que suficiente compensación a cuanto piensas o haces. Si encima te dicen que eres guapo ya es el colmo de la satisfacción,
Para bien o para mal, porque nuestro cielo y nuestro infierno los construimos poco a poco y los disfrutamos cada día en el transcurrir de la vida es, sin duda, mejor construir cielos que infiernos.
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