Estoy preparando cuidadosamente una jornada de trabajo que tiene el propósito de fortalecer la capacidad de negociación de un grupo de personas que son o deberían ser ya, por su oficio, expertos negociadores y, como es natural cuando trabajas con seriedad, me han asaltado una reflexión sobre lo obvio.
Si la negociación es “un proceso en que dos o más partes, con intereses a la vez comunes y conflictivos, se reúnen para proponer y discutir propuestas, con el propósito de llegar a un acuerdo para la solución de problemas o el aprovechamiento de oportunidades”,
Asombra ver cuantas veces, en todos los ámbitos de la sociedad, se reúnen personas para dar la impresión de que negocian sabiendo todos que la negociación es imposible porque a ninguna de las partes, lo que la otra puede ofrecer, le importa nada.
Y pienso que, contra lo que pueda parecer, en esa aparentemente absurda apariencia de negociación, ambas partes o al menos una de ellas, obtienen, con la colaboración de la otra, el resultado deseado de la negociación, que no es otro que el de hacer creer a terceros que ambas partes desean negociar y negocian.
Luego, sigo pensando un poquito más y me pregunto, ¿Debería orientar a las personas que van a trabajar conmigo en el cómo mejorar sus habilidades para negociar o, acaso, debería ayudarles para que sean más eficientes en el dar a terceros la falsa impresión de que todos ellos quieren negociar y de que negocian, aunque nunca, lamentablemente para los terceros, obtengan resultados?
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