Osama Bin Laden, el caudillo de la guerra santa, el gran jefe del terrorismo islamista, el gran santo para unos, el cruel asesino para otros, ha muerto.
Osama Bin Laden ha muerto asesinado según unos, lo ha hecho en una acción de la guerra que él mismo ha provocado pero, en cualquier caso, ha muerto.
Osama Bin Laden ha sido, para unos un monstruo, para otros un héroe, pero, en cualquier caso, ha sido un gran hombre. Ha sido capaz de soñar un gran ideal, declarar la guerra, construir un gran ejército, ganar muchas batallas y poner en jaque, durante muchos años, a un gran enemigo.
Al igual que tantos caudillos de la historia, David, Rodrigo Díaz de Vivar, Hernán Cortés, el Duque de Alba, Drake, el Empecinado, José de San Martín y tantos otros, Osama Bin Laden ha sido para los suyos un gran héroe y para sus enemigos un despreciable y cruel asesino.
En las guerras, es terrible que existan las guerras, hay vencedores y vencidos. Yo, personalmente, estoy en el bando de los enemigos de Osama Bin Laden, y aunque no me alegra su muerte, me satisface mucho saber que el caudillo de la guerra santa ha desaparecido.
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