Hace algunos meses un parlamentario del Partido Popular me decía, con agridulce satisfacción, que ahora, seguro, su partido va a gobernar. Y, la razón de ello es que aunque los españoles en general no quieren a su partido, le votan sin dudarlo cuando realmente lo necesitan.
Quedé muy impresionado por la reflexión del parlamentario, él es persona bien formada, profesional capaz y en política está muy curtido. Por ello, a lo largo de bastantes semanas, cuando veo subir las encuestas que otorgan mayorías al partido de la derecha en los próximos comicios autonómicos y municipales o que analizan la evolución del voto para las elecciones generales del año próximo, no dejo de pensar en la misma idea: Qué mal nos debemos sentir los españoles cuando tantos de nosotros estamos dispuestos a votar a alguien a quien no queremos tan solo porque le necesitamos para salir de la actual situación.
Y me digo que es como cuando alguien está hasta el cuello de problemas y se acuerda de un pretendiente, muy serio y aburrido, que siempre le está haciendo la corte y se dice; este hombre o esta mujer, que son ricos y saben de lo que hay que hacer cuando las cosas están mal, no son mi mejor pareja, pero voy a pedirle, a implorarle, que se ajunte conmigo para que yo pueda salir de mi problema: y cuando vea que las cosas están mejor, ya me buscaré a otro o a otra que me den más gusto o me traten con más cariño.
Y, me digo también, que si el parlamentario del Partido Popular tiene razón, que posiblemente la tiene, los ciudadanos a los que no nos gustan las tonterías que ha hecho y está haciendo el actual gobierno de izquierdas, acaso deberíamos, por una vez, no votar ahora a la derecha para que nuestros conciudadano tengan una posibilidad real para descubrir el auténtico valor del amante marchoso al que, para darse un gusto, cuando las cosas van bien, en cuanto tienen un duro, meten en su cama, digo, en su casa.
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