Veo, cada vez más consternado, los tremendos excesos de mala educación de nuestros personajes públicos.
Las constantes acusaciones que se cruzan entre los miembros de la clase política, incluidas las mujeres, son demás cada vez peores.
No ya han olvidado las buenas maneras sino que no cesan en llamarse entre ellos, palabras como mentiroso o embaucador, y a decirse, unos a otros, cosas tales como ¡traidor!
Creo que muchos de nuestros políticos, incluidas las mujeres, tienen la boca negra, manchada del veneno que, saliendo de sus corazones, vomitan sus labios.
Las leyes españolas contemplan como delito no solo las calumnias sino también las injurias. Sin embargo, la costumbre y la labor de los jueces han conseguido que los políticos estén exentos de la obligación, natural en cualquier sociedad, de tratar con cortesía y buena educación tanto a los adversarios como a los más acérrimos enemigos.
Por ello y para evitar que los ciudadanos nos hagamos eco del mal hacer de nuestros representantes propongo rescatar la vieja costumbre de batirse en duelo.
Si Sr. Diputado se siente agredido, en lugar de insultar, debería enviar sus padrinos al Sr. Ministro y este elegir, las armas, espada sable o pistola, para batirse en duelo.
Si una Sra. Ministra se siente vejada por una Sra. Portavoz de la Oposición, también podrá enviarla sus padrinos y esta elegirá, si quiere salvar su honor, las armas para derramar a gusto un poco de sangre de enemiga.
Si el Sr. Alcalde afirma que la Portavoz de la Minoría es una embustera, sin despeinarse, por eso de la igualdad, ella exigirá al imprudente batirse, detrás del la iglesia, hasta que el, ella, o los dos mueran.
No es que me guste mucho la sangre, pero al menos, la derramada en un duelo, podría limpiarse: tampoco es que me agrade que alguien pierda la vida, pero las cosas que se dicen los políticos pueden ser y son de hecho, para muchos de ellos, peor que estar debajo de una losa en el cementerio.
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