Los Indignados de la Puerta del Sol de Madrid y el resto de los Indignados que hoy acampan, contra la resolución de los jueces, en las bellas y cuidadas plazas de muchas ciudades de España, están realmente muy indignados.
Pero, sin estar acampados en ninguna parte, haciendo hoy una vida absolutamente normal, una gran parte de los ciudadanos en España, casi todos, estamos también indignados.
En realidad todos estamos indignados y, todos estamos indignados por las mismas cosas: porque la situación de la economía es muy mala, hay mucho desempleo, no se ven perspectivas de mejora, no hay confianza en los políticos que deberían resolver las cosas y, sobre todo, porque la culpa de todos los males no la tenemos nosotros, la tienen los demás.
Si escuchamos las reivindicaciones concretas de los Indignados de la Puerta del Sol, todas podrían estar firmadas por unos otros u otros de los millones de españoles que, con absoluta unanimidad acusamos a los demás de ser los causantes de los desastres que estamos viviendo.
La indignación colectiva de los españoles, compartida por los inmigrantes que en los últimos años vinieron ilusionados, a compartir el bienestar que había en España hasta hace menos de mil días, que ahora ha salido, como un sarpullido a la luz pública, se ha venido gestando en la sociedad poco a poco, según se hacían sentir y se aproximaban a cada uno las consecuencias de la crisis. La indignación hoy, para bien o para mal, es cosa de todos.
Sin embargo y en mi opinión, esto es extremadamente importante para todos, la indignación de hoy puede incrementarse hasta límites asintóticos y causar males aún mayores que los que han dado origen a la actual indignación o ser la fuente y el impulso de los cambios que pueden devolver a nuestra sociedad la sensación de paz, la ilusión de progreso y la prosperidad.
Iremos a un enorme desastre si insistimos, cada uno en nuestra justificada indignación, en echar la culpa a los demás y en tratar de imponer a los otros, a los que consideramos “los culpables” nuestras propias soluciones.
Encontraremos de nuevo el camino hacia la convivencia en paz y en la vía de la prosperidad si avanzamos juntos en la solución de los problemas que todos compartimos y generamos para todos las oportunidades que el futuro, siempre abierto, nos ofrece también a todos.
En mi opinión, al día de hoy, cuando los españoles estamos votando en unas elecciones que pueden alterar el mapa político español, e independientemente de cuál sea el resultado de las mismas, creo que para poder avanzar en el proceso de cambio político (recordemos que política viene del griego, polis, y significa gestión de la ciudad) que en nuestra indignación todos demandamos, sería necesario, muy rápidamente, cerrar el actual ciclo político con unas elecciones generales y, después de estas, sea el que sea su resultados, llegar a un gobierno de concentración nacional.
Un gobierno de concentración nacional que, con el horizonte temporal de cuatro años y libre de dogmatismos ideológicos, formado por los mejores de cada partido y acaso por alguno que nunca ha sido político, nos haga posible hacer lo que hay que hacer, que nos anime a dejar a un lado nuestra indignación, a asumir los sacrificios necesarios y que haga renacer en nosotros la ilusión para estar donde debemos estar y, sobre todo, para ser de nuevo lo que queremos ser.
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