Realmente, la acumulación de cosas malas a nuestro alrededor y el saber de las muchas otras, también malas, que están ocurriendo en el mundo deberían ser razón más que suficiente para, como cuando éramos niños y había tormenta, meternos debajo de la cama y quedarnos allí escondidos hasta que, sin ver ya el reflejo de los relámpagos y ni escuchar el estallido de los truenos, alguien nos dijera que había pasado la tormenta.
Sí, están pasando cosas muy malas. La economía está muy mal, el desempleo azota la sociedad y muchas personas, en millones de familias, sufren agobios, están en la pobreza y sufren necesidad.
Sí, nuestros políticos son, o al menos, han sido hasta ahora un desastre, nuestras empresas menos fuertes de lo que pensábamos, los baúles que guardaban nuestras riquezas eran arcas llenas solo de ilusión.
Sí, en el mundo, por el mundo, hay mucha y peor pobreza, hay muchas y muy malas enfermedades y hasta sigue habiendo guerras, desolación y muchísima miseria.
Sí, nuestros dirigentes, los nuestros y los de más allá, lo están haciendo muy mal, rematadamente mal, y parece que cada idea que se les ocurre para arreglar las cosas es peor que la que creyeron buena el día anterior.
Sí, pasan unas cosas tremendas en nuestra casa, en nuestro pueblo, en nuestra patria, en cualquier parte del mundo.
Sin embargo todas esas cosas tremendas que nos están pasando no son, ni por asomo, peores que las que han rodeado la vida de nuestros padres y de nuestros abuelos, aquí y en el resto del mundo
Tampoco la ruptura del bienestar que hemos tenido hace cuatro días y del que aún gozamos, o la pérdida de las ilusiones es algo nuevo ni peor que lo que sufrieron nuestros padres y nuestros abuelos.
El estado del mundo puede parecer muy malo y hasta serlo, como lo ha sido desde que el mundo es mundo y, sin embargo, aunque nos importe mucho, realmente, de verdad, de verdad, importa poco.
Las cosas que nos importan de verdad, además de comer, que en nuestra sociedad es y será muy difícil, aunque a nuestros abuelos les sonase a milagro, morirse de hambre, es la continuidad de la vida, la consecución de los sueños, el amor, la amistad, la paz interior y la normalidad de la vida.
En la situación actual del mundo de hoy, lleno de problemas, un caos sin aparente solución, hay, por más que nos empeñemos en no verlo, mucho amor, muchos sueños y un inmenso anhelo de conseguir cosas en la vida.
Por ello, estoy seguro, quizá porque lo he leído en los libros o acaso porque está en mi memoria genética, de que en medio de todo lo que pasa en el mundo, no hay que angustiarse en demasía porque la solución la sabemos todos, la tenemos escrita en el alma: Cuidar el amor, luchar por los sueños y disfrutar la vida.
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