El pasado
domingo asistí, en la Plaza de Colón, al
acto de celebración del día 12 de octubre organizado por el Ayuntamiento de
Majadahonda y presidido por nuestra alcaldesa; y debo decirlo, aunque fue
agradable y en algún momento, ¡el izado de la bandera!, casi emocionante, me sorprendió, ¡para muy
mal!, que ninguna de las personas que tomaron
la palabra mencionara la llegada de
Cristóbal Colón al Nuevo Mundo y, ¡no salgo de mi asombro!, brillara por su
ausencia la idea de Hispanidad; más aún, pensándolo más tarde me di cuenta de
que en el escenario donde se situaron “las autoridades” había un gran cartel anunciando algo así como
el “Día de la bandera”, sin referencia
al 12 de Octubre, al Descubrimiento o a la Hispanidad.
Luego, lo
largo de esa tarde, ya en casa, mi ordenador se fue llenando con noticias
positivas sobre de la celebración del
día 12 de octubre, y con otras sobre
algaradas callejeras y manifestaciones en España, estas en contra de la idea de
Hispanidad; además los medios de comunicación me regalaron información sobre
palabras de políticos relevantes hispanoamericanos, pronunciadas en este día en
actos contrarios a la idea de Hispanidad; incluso recibí un vídeo, ¡muy desagradable!,
sobre la agresión grave, con tinta roja, contra un cuadro relativo el
Descubrimiento, en el Museo Naval de Madrid, hecha en la mañana del mismo día, por
dos mujeres, activistas violentas, que, al parecer, reivindicaban algo.
Y, pasados
los días, anoche, quizá porque el cerebro es una máquina difícil de controlar, me vi envuelto en una
nube, ¡un horror!, de pensamientos,
¡malos!, sobre la experiencia en el acto
de la Plaza de Colón y las noticias
recibidas más tarde frente a mi
ordenador: pensamientos sobre “los otros”, los otros que no son ni piensan como yo, los otros que son impresentables, ¡están locos!, ¡
los otros, que cada día son más agresivos, ahora gritan, insultan, pegan,
destrozan y, como sigamos así, pueden ser capaces, ¡ya lo hicieron antes! de
matar.
He pasado, ¡he
vivido!, una noche larga, en una mezcla
de sueños ligeros y tiempos de lúcido insomnio, y, en estos padeciendo el tormento de mil ideas sobre “los otros”, que a
veces eran queridos, otras próximos, raramente tan solo otros, también los había que eran adversarios y, al final, estaban los peores,
los enemigos.
Por si lo
anterior no fuera suficiente, seguí pensado más y más: el hombre, yo, nosotros,
para poder vivir necesitamos, inexorablemente, a “los otros”, y, para
sobrevivir y mantener la continuidad de la vida, son imprescindibles, ¡luchar y
vencer es Ley absoluta!, a los peores de
“los otros”, a los enemigos.
Así pues, ¡es
pavoroso!, estoy obligado, estamos
obligados, si queremos supervivir, luchar y destruir a los peores de “los
otros”, a los enemigos; si no lo hacemos ellos vencerán y seremos nosotros los
muertos.
Para terminar
y, para justificarme, para justificarnos, por causar el mal a “los otros”,
pienso y me grito: si en la Naturaleza todo
responde a una Ley y un Orden, lo que he pensado, de verdad, ¡de verdad!, lo
puedo, lo podemos hacer, a fin de cuentas, ¡aunque acaso una locura!, es en
nada relevante.