En la última semana he asistido, casi por obligación, a un evento de esos que se consideran “importantes”, organizado por gente “importante”, en un lugar “importante”, en el que, por tanto, todo el mundo se considera importante.
Tuve la oportunidad de encontrarme y conversar con buenos amigos, no todos importantes, a los que no veía desde hace tiempo y ello justificó cumplidamente el tiempo dedicado a escuchar, mucho rato, sentado en un amplio y cómodo asiento.
Debo resaltar que fue casi interesante escuchar a ilustres, que no demasiado ilustrados, ponentes, explicar una y otra vez sus propios méritos, hablar de la enorme cantidad de dinero gastado y de la inmensa bondad de sus logros , todas ellos en pro de la satisfacción y el progreso profesional de los asistentes, que no participantes.
En todo caso, más valioso del acontecimiento fue que cuantos preclaros oradores disfrutaron del uso de la palabra dijeron, una y otra vez hasta ciento, que aunque tenían mucho dinero, todo el dinero, “lo más importante” para continuar en la línea de éxitos conseguida hasta el día del evento, eran las ideas, la participación activa y las aportaciones de los presentes y de sus representados.
Los oradores tenían toda la razón, sus palabras eran absolutamente ciertas. Si no se consiguiera incorporar las ideas y la voluntad de todos, lo alcanzado hasta ahora, el mucho dinero empleado y el que se va a gastar, se lo llevará el viento.
Un dato para terminar: En ningún momento de la nada corta jornada se dio u ofreció, a nadie que no estuviera en la mesa presidencial, la oportunidad de abrir la boca y tomar la palabra.
El despotismo ilustrado, todo para el pueblo pero sin el pueblo, sigue vigente para algunos “importantes “ próceres desde el Siglo XVIII.
Tuve la oportunidad de encontrarme y conversar con buenos amigos, no todos importantes, a los que no veía desde hace tiempo y ello justificó cumplidamente el tiempo dedicado a escuchar, mucho rato, sentado en un amplio y cómodo asiento.
Debo resaltar que fue casi interesante escuchar a ilustres, que no demasiado ilustrados, ponentes, explicar una y otra vez sus propios méritos, hablar de la enorme cantidad de dinero gastado y de la inmensa bondad de sus logros , todas ellos en pro de la satisfacción y el progreso profesional de los asistentes, que no participantes.
En todo caso, más valioso del acontecimiento fue que cuantos preclaros oradores disfrutaron del uso de la palabra dijeron, una y otra vez hasta ciento, que aunque tenían mucho dinero, todo el dinero, “lo más importante” para continuar en la línea de éxitos conseguida hasta el día del evento, eran las ideas, la participación activa y las aportaciones de los presentes y de sus representados.
Los oradores tenían toda la razón, sus palabras eran absolutamente ciertas. Si no se consiguiera incorporar las ideas y la voluntad de todos, lo alcanzado hasta ahora, el mucho dinero empleado y el que se va a gastar, se lo llevará el viento.
Un dato para terminar: En ningún momento de la nada corta jornada se dio u ofreció, a nadie que no estuviera en la mesa presidencial, la oportunidad de abrir la boca y tomar la palabra.
El despotismo ilustrado, todo para el pueblo pero sin el pueblo, sigue vigente para algunos “importantes “ próceres desde el Siglo XVIII.