Entre Navidad y Año Nuevo he pasado unos días de vacaciones en Galicia que, por buenos, ahora que están recientes en el tiempo, de los que incluyo en el blog algunos momentos.
En la Rua do Portelo, en el casco viejo de Allariz, está O Despacho, una tienda entre almoneda y anticuario, atestada de un cúmulo de pequeñas cosas de esas que eran adornos comunes en las buenas casas españolas de la primera mitad del siglo XX.
Las cosas están colocadas con un delicado mimo, reflejo de la dulce y delicada sensibilidad de Kaché Oro Claro, la señora educada en otros tiempos que regala en O Despacho el placer de saber mirar qué cosas y en qué casas puede volver a tener su lugar el jarrón verde de cristal de La Granja, el velón de bronce, el cenicero de plata, una primera edición de Insolación, o un peine de concha que mantiene vivo su color.
Muy cerca de O Despacho, en la misma calle, está el museo que guarda, junto a poco más, los juguetes mecánicos del hermano de Kaché y recuerda a propios y extraños que, desde siempre, los niños gustan jugar con artilugios y las niñas, cuando son niñas, prefieren acunar un camión antes de desplegar trenes, soldados o cañones por el suelo de cualquier habitación.
A la vuelta, en la Calle de la Cruz, en Zirall se pueden probar y comprar luego los licores gallegos que la familia destila, como siempre, y ofrece al visitante en cuidados envases, muchos de ellos con tamaño generoso.
Y muy cerca, las vidrieras encastradas en edificios antiguos, restaurados con primor, lucen prendas de Máximo Tutti, Antonio Pernas, Alba Conde, Adolfo Domínguez, Tito Bluny, Pepe Jeans, Dockers Caramelo, Purificación García, y otras, hasta diecisiete tiendas outlet, en las que empleadas amables, atienden al visitante asombrado de la Villa de Allariz.
A pocos pasos, a tiro de piedra del ayuntamiento, Casa Tino Fandiño, ofrece magníficas carnes y excelentes pescados con vinos de todas partes, siempre de cosechas bien elegidas, que sirven camareros profesionales en una vajilla de buena porcelana. Y, asombrosamente, el orujo de la casa es de una calidad inusual entre los que bebemos tantas veces aguardientes sin conocer sus marcas.
Salir de comer y bajar, orillando el cementerio, caminando despacio sobre las grandes losas de granito que hacen el suelo, bajo la suave lluvia gallega que sin calar el filtro del sombrero empapa la ropa que no cubre la zamarra, cruzar el muy viejo puente sobre el Arnoia, y caminar por la alameda es placer pocas veces repetido.
Y, terminar el paseo en el calor del modélico hotel AC Vila de Allariz, da paso al final de un día que hace sentir, cuando además estas con los tuyos, el placer de vivir.