Desde que hace un par de semanas pasé unas horas visitando El Alto y disfrutando el encanto de la Zona Sur de La Paz, en Bolivia, no dejo de pensar en el extraordinario contraste entre la nueva ciudad de El Alto y la también para mí nueva Zona Sur de La Paz. Contraste que es, en mi opinión quizá poco fundada, además de impresionante, la expresión más clara del ser boliviano.
El Alto es una ciudad nueva, viva, muy viva, habitada toda ella por lo que en Bolivia de ahora se llaman “originarios”, que se ha hecho poco a poco, sin plan, sin proyecto de futuro, sin orden aparente y a retazos. Es una mezcla nueva construcción, actividad de todo tipo y nada terminado.
Las calles, las casas, los locales comerciales, los mercadillos, las movilidades y, sobre todo, las gentes de todo tipo, mujeres vestidas con atuendos tradicionales en su mayoría, se mueven en todas direcciones, parece que buscando todos los destinos entre los múltiples vericuetos de una ciudad en la que la palabra derecho tiene todos los significados.
El Alto respira negocio, se ve correr el dinero. El comercio es rápido y las gentes parecen estar permanentemente haciendo plata, se percibe una apasionada adoración al Becerro de Oro que expande su aliento sobre cuantos viven o transitan por El Alto.
El Alto es fábrica, mercado, lugar de trabajo, espacio de presteríos, y habitación de gentes que en ella trabajan y de miles de personas que empleando muchas horas van y vienen al centro y a la Zona Sur de la ciudad de La Paz, a traer plata para el pan y el ahorro del día a día.
El Alto es especial, es aunque especial, una ciudad completa, en la que se adora a la Pachamama, se reza al Dios de los cristianos, se challan las casas y los negocios, todo en un enloquecido conglomerado en el que hay de todo y en el que nada está terminado.
El Alto tiene sus propios colores vivos y un olor que dan al ambiente un algo especial, es un universo en sí mismo en el que solo existen quienes en él habitan, no se ven por que no existen los extraños que lo pisan levemente para llegar al aeropuerto, buscan repuestos de cualquier cosa o atraviesan su calle principal camino del Lago o mas allá.
El Alto es, al final y en su principio, lugar que rezuma libertad, tierra muy dura, con ciudadanos libres que viven, se rigen y luchan por la vida en términos de intercambio y de ciudad.
El Alto es absolutamente diferente a cuanto he visto en el mundo que pudiera ser su equivalente en Ecuador, en México o en el Caribe y nada tiene que ver con la forma de vivir de los pueblos de Guatemala, Honduras o Perú.
La Zona Sur es, por el contrario, una ciudad que, aunque nueva, responde a los modelos comunes en cualquier parte del mundo occidental. Chalets, casas de apartamentos, urbanizaciones más o menos cerradas, avenidas amplias, calles con aceras, tiendas de ropa o outlets iguales en los que se vende y se compra, algo más barato, lo mismo que en Buenos Aires, Lisboa o Madrid. Estudios de decoración, venta de antigüedades, restaurantes de comida rápida y nombres en inglés, los automóviles grandes o pequeños son iguales que en todas partes. La ropa de las gentes que vive en esta ciudad no difiere de la que se ve en las calles o en los centros comerciales de cualquier ciudad de Europa, de Australia, de Estadios Unidos o del Canadá, y la apariencia del conjunto es occidental, tan solo de tiempo en tiempo se ven, en las cocinas de las casas grandes, en los jardines, en las calles caminando o esperando una movilidad, a personas con rasgos y sombreros que denotan vivir muchas cuestas hacia arriba, en las Villas o en El Alto.
Por supuesto, la actividad de la Zona Sur es la misma que la de cualquier ciudad tranquila, el comercio va despacio, los negocios lentos y, me parece, con rentabilidades no demasiado altas. Las tiendas elegantes, atendidas por señoras elegantes me dan la impresión de que, al igual que en tantas otras partes, hacen pensar que es de mal gusto mostrar que se trabaja para ganar dinero.
Evidentemente, me encanta El Alto, pero si yo viviese el La Paz, es de lo más probable que tuviera mi casa en la Zona Sur, pero de esto estoy seguro, mi negocio estaría en alguna esquina de El Alto.
Y, aunque probablemente ya no hace falta, diré por qué pienso que es muy bueno buscar y mantener socios en El Alto:
En el Alto hay vida, hay negocio, existe un crecimiento en población, en ambición y en dinero. Hay dinero, mucho dinero y hay oportunidades de negocio mientras no hay todavía una oferta significativa de “muestras de poder”. Los “símbolos del éxito” son escasos, la oferta de productos y servicios para una sociedad en la que la movilidad social es rápida y creciente es, además de poco diferenciada, por lo que he visto, bastante escasa.
En la Zona Sur, aunque hay talento, hay ideas, hay saber hacer, la gente tiene ya “puestas” sus casas, los armarios llenos, y hay que mirar el dinero que no fluye en el corto mercado de la clase acomodada.
Y un hecho extremadamente importante: Tanto en El Alto como en la Zona Sur los negocios que marchan bien son los que son dirigidos por gentes que son de El Alto o son de la Zona Sur respectivamente. Por tanto, si yo que “pertenezco” a La Zona Sur quiero vender en El Alto lo más sensato, lo único sensato que puedo hacer es buscarme un socio en El Alto y si soy de El Alto, más me vale, si quiero tener éxito, asociarme con alguien de la Zona Sur.
No es fácil plantearse, para alguien de El Alto buscar un socio en la Zona Sur y, acaso más difícil por ahora, para alguien de la Zona Sur, convertir en su socio a alguien de El Alto. Pero, el éxito y el mejor futuro para las gentes de la Zona Sur y también para las de El Alto, es que se asocien unos y otros para ganar dinero.
No olvidemos que los matrimonios que más duran son los contraídos por interés y que, a fin de cuentas, es mucho mejor obtener el treinta por ciento de un buen negocio que el cien por ciento de ningún negocio.