Mañana será 28 de junio, el día más hermoso y el que, por importante, más he celebrado cada año durante muchos años.
El viernes 28 de junio de 1974 fue el
día elegido por mi mujer, Cristina, para celebrar nuestro matrimonio. Lo había
pensado mucho y lo tenía muy claro: celebraríamos nuestros aniversarios en
víspera de fiesta sin preocuparnos porque al día siguiente hubiera que
madrugar.
Cristina siempre estuvo orgullosa de su decisión,
el día elegido para su boda fue la mejor opción: aquel viernes fue raro, más de
primavera que de verano, ningún calor por el día, lluvia a ratos y frío por la
noche; y el sábado ese año fue fiesta, aunque San Pedro y San Pablo un par de
años después pasaran al olvido.
De cuanto sucedió aquel día recuerdo
todo, ha sido imposible olvidarlo; todos los años en estos días, Cristina hacía
recuento detallado de lo acaecido en ese día: la limpieza de la
Iglesia del Carmen, la comida en su casa, el ramo de novia que le llevaron mis
hermanos, los sacerdotes amigos en el Altar, la corta espera en el alto del
bulevar, la llegada al club, la mesa “horrorosa” en la que tuvimos que cenar,
la sabia decisión de mi padre, José Luis
hijo, marcharos ya, la entrada en casa, el viaje hasta el hotel…como ella
decía, todo bien.
Así, año tras año, desde que nos
casamos, el 28 de junio, el día del aniversario, ha sido para nosotros la fecha
más importante del año y nunca hemos dejado de celebrarlo.
Y, ¿este año?
También, sin ninguna duda, hay que celebrarlo:
porque el 28 de junio era para nosotros el más importante del año, el año
pasado fue el día en que ella hubo de dejarnos. Mañana, Cristina, mi mujer,
como todos los días estará conmigo y, como todos los años, celebraremos juntos la
fecha de nuestro aniversario.