Veo el agua entre azul y trasparente y siento el tiempo del todo limpio, mientras se desliza en la
clepsidra de cerámica que una
tarde de marzo, ya oscurecido, junto a un antiguo velón lleno de telarañas y un cántaro nuevo, compramos los dos, a
orilla de la carretera, muy cerca de Toledo.
Hora tras hora, día tras día, sin
pausa, el agua vuela y el tiempo pasa,
no dejan rastro. La mente se mantiene distraída en
pensamientos vanos y el cuerpo se queda muy quieto, como si temiera algo.
Siento a mi lado a la perra, vieja, sorda y ciega que, siempre
fiel me acompaña, y apago, sin un gesto, las
chispas de luz que, a veces, intentan decirme algo.
Es malo, muy malo, no es extraño que
las personas nos resistamos a vivir
cuando llegamos a la edad de hacer nada o, lo que es peor, a cuando hemos
perdido la fuerza para hacer algo.
Y, el rastro que dejamos, si dejamos
rastro…