Cuando en muy pocas
horas ha desaparecido el rastro de los Reyes Magos en el camino que los devuelve
a Oriente, ¡qué pena!, se agolpan, mezcladas en mi memoria, muchas noches, todas las noches en que he
esperado con infinita ilusión la llegada de Melchor, de Gaspar y de Baltasar que,
siempre cargados con sacos de maravillas,
cada año han estado en el salón de mi casa colocando en su sitio, sin
equivocarse nunca, sus regalos.
Y, a los rostros felices de mis nietas, podrían
ser mis hermanas, mi mujer o mis hijas que, vestidas de princesas, sujetan sus muñecas,
se suma la visión de los nietos pequeños,
¿o eran mis hermanos, mi hijo o yo
mismo? que, enterándose de todo, dejan correr las pelotas por los suelos y escapar los globos hacia el
techo.
¿Qué hay otros regalos?
Ya lo sé, pero son tantos años y tantos regalos que se confunden unos con otros
en el tiempo y en mi memoria…pero ¡qué importa!, solo importa que vinieron los
Reyes Magos y que ya se fueron hasta el próximo año.
Y tengo también una gran
pena, lo sé porque cuando era niño me lo dijo mi padre y yo luego se lo he dicho a mis hijos, que hay
gentes tan tontas que la noche del cinco
al seis de enero, cierran con llave y cerrojo las puertas de sus casas para que no entren los Reyes
Magos, no quieren recibir de ellos ningún regalo, no quieren recordar que hace años, Melchor, Gaspar y Baltasar, llevaron oro, incienso y mirra al Niño Jesús en el Portal de Belén.
Pobres esos padres y pobres esos niños que no reciben en sus casas la visita de
los Reyes Magos.
El próximo año Melchor,
Gaspar y Baltasar volverán a estar en el salón se mí casa y yo, con mis hijos y mis nietos, honraré mientras viva la memoria preciosa de los, muy queridos, Reyes Magos.