El abuelo, sentado frente al ordenador, mira por la
ventana; es de noche, por la calle pasan algunas, pocas personas. Lleva mucho rato pensando, pero nada, al abuelo no se le ocurre nada.
Lleva días intentándolo y no hay manera, no se le
ocurre nada y está cada vez más preocupado, tiene que escribir un cuento para Mateo y Luis, en el que, junto a ellos,
aparezca también Pablo, los pequeños y
el mayor de sus nietos, y no encuentra una idea y, menos todavía, un argumento.
Quizá un viaje, se dice, con los nietos montados en un
rayo de luz, alrededor de la tierra; o un recorrido por el espacio para llegar a
una estrella mágica, llena de cosas interesantes, buenas o malas, espantosas o
muy preciosas. Y si no se le ocurre otra cosa podría escribir unos versos; pero
¿cómo escribir algo si no se tiene una idea ni un argumento?
Se para un momento, mira ahora a su alrededor, ve
muebles, cuadros, lámparas el reloj de pared y libros; ¿podría el abuelo
imaginar a sus nietos explorando dentro de un libro, de un libro lleno de vida
y de magia?, pero ¿de qué libro?; mira a su espalda, hay muchos libros, más o
menos ordenados, junto a mil recuerdos, en los estantes. En una esquina, la
fotografía, ¡está casi borrada!, de una visita, con la abuela, en su viaje de
novios, en Granada, ¿podría escribir un cuento de moros y cristianos en el
patio de los leones de la Alhambra, luchando en el Generalife, o quizá de
gitanos cantando y bailando en el Sacromonte?
Un rayo de luz en los ojos desvía hacia la calle la
mirada del abuelo; está amaneciendo; ¿y si fuera un cuento sobre una calle
obscura por la que, por algo, no pasa nadie?, pero hay que pensar qué es ese
algo por lo que no pasa nadie, ¿un peligro, un fantasma, nada?
Sí, antes de hacer hay que pensar, antes de escribir
hay que saber qué se quiere escribir. Cuando se tiene la idea todo es fácil,
pero cuando no se tiene la idea es imposible.
Suenan campanadas, el abuelo levanta los ojos y mira
al reloj que avisa la hora desde la altura en su pared. ¿Podría ser algo
relacionado con los relojes, antiguos o modernos, ¿una clepsidra o un reloj de
sol?, los nietos tienen cinco años, no saben todavía leer el reloj.
¿Y si los meto en una mazmorra, en un sótano muy
profundo de la Alhambra, encadenados, mirando el cielo por un ventanuco, alguna
rata y un guardián fiero? Sí, pero ¿por qué están prisioneros?, ¿quizá porque han venido,
disfrazados de algo, a rescatar a una princesa?
¡Qué difícil es escribir algo cuando no se tienen ideas!
¿Y si explico a mis nietos, disfrazado en un cuento, lo importante que es
preguntar y, el cómo usar técnicas para generar ideas, las tormentas, las imágenes
y las palabras al azar, o las preguntas
que hay que responder, antes de hacer nada, para generar oportunidades o
resolver problemas; sí, enseñarles que es bueno preguntar y usar bien los adverbios,
qué, quién, por qué, para qué, cómo, cuándo, dónde y cuánto?
Sí, por ahí podrían ir las cosas, que en lugar de una
simple moraleja, mis nietos aprendan, en el cuento del abuelo, algo que les
sirva, para cuando tengan que resolver ellos, como ahora el abuelo, un gran
problema.
Sí, aquí está la idea: resolver problemas; y los
nietos, encerrados en una mazmorra de la Alhambra, el centro del argumento.
El abuelo respira hondo, ya es de día y el sol entra a
raudales, apaga la lámpara; le ha costado mucho esfuerzo, pero ya está hecho,
solo necesita un rato, y no muy largo, para escribir, para sus nietos, un buen
cuento.