Los ecos de la ruidosa fiesta pagana, ¡tan extraña!, en la que parece bueno hacer mofa de la muerte
y de los muertos, celebrada ayer, me han hecho despertar hoy con el corazón
henchido de sentimientos encontrados de
horror, nostalgia y amor.
Horror por el absurdo que es enseñar a
los niños que la muerte es un juego, que no merece respeto y que en nada se
relaciona con el final sus propias vidas.
Nostalgia, porque hoy no de uno en uno,
como todos los días, sino todos juntos, de golpe, me han visitado mis padres y
mis abuelos, mi mujer, mis maestros y mis amigos, que están muertos, los añoro
sí, pero también los siento conmigo.
Amor, sobre todo amor, porque siento en
el corazón amor, ese vínculo, único y misterioso, que, conmigo en el camino,
une a mis hijos y a mis nietos con mis padres y mis abuelos.
Y, de pronto me lleno de extrañeza: cuando
me enseñaron que existía también me dijeron
que, por ser un dogma, era imposible entender la Comunión de los Santos,
pero hoy, ahora, pasados los años, aquello no puedo comprenderlo, no necesito explicación alguna:
no, no hace falta saber del Purgatorio o creer en el Cielo para saber que
todos, todos los hombres estamos unidos en comunión, hayamos sido y seamos o no
santos.
El corazón, y también la razón, me dicen
que es cierto lo que siento, que mis
padres y mis abuelos, mi mujer, mis maestros y mis amigos, no están muertos,
siguen conmigo, solo hay que creer,
abrir los ojos y afinar los oídos del alma para verlos vivos y escuchar sus
palabras, ¡ellos nos hablan!
Sí, hoy, día de Todos los Santos con el corazón,
lleno de amor, doy gracias al Cielo y grito en silencio: ¡muchas gracias papá,
muchas gracias mamá, muchas gracias Cristina, muchas gracias amigos, por estar hoy
todos conmigo!