jueves, 10 de mayo de 2007

50.EL EFECTO PIGMALIÓN

En el argot de las gentes de recursos humanos y simplificando el concepto, se entiende por Efecto Pigmalión el hecho de acertar si una persona es capaz o incapaz, si va a tener éxito o va a fracasar. Es, de alguna manera, una habilidad para hacer predicciones acertadas sobre el futuro de las personas.

Así, si alguien piensa que su alumno va a obtener una magnífica calificación, al final la nota será muy alta, por el contrario, si ve que ese alumno será un desastre lo más probable es que tenga que volver a examinarle una o muchas veces. Si se ve al nuevo empleado como una estrella, seguro que brillará en el firmamento de la empresa y si creemos que no cumplirá los objetivos, podemos estar seguros de que así será.

La teoría afirma que el acierto es, sobre todo, consecuencia de los comportamientos de quien ha hecho la profecía y menos de los méritos de quien ha sido objeto de la misma. La razón de los resultados es que el maestro o el supervisor ayudan intensamente al alumno o al empleado a conseguir el éxito o a fracasar.

Rosenthal enunció la teoría en los años sesenta del siglo XX y yo, como alumno de buenos maestros, la estudie, aprendí y olvidé.

Durante muchos años he estado muy orgulloso tanto de mi capacidad para detectar a las personas capaces y apoyar su desarrollo, como de mi habilidad para decidir con rapidez la exclusión de la empresa de aquellas que percibía como incapaces.

Más tarde tropecé nuevamente con Rosenthal y durante una larga temporada sentí casi remordimientos ante la muy alta probabilidad de haber causado mucho mal a personas que sin más razón que mi propia percepción no había permitido contratar o había despedido sin darles tiempo ni oportunidad de desplegar sus capacidades..

Me hace dudar y me consuela también el hecho de haber acertado cuando, más de tres veces, viendo a las personas, he pensado que no eran aptas, han sido nombradas y, estando yo lejos, siempre he acertado.
En conclusión, el Efecto Pigmalión es real, ha de ser tenido en cuenta en la educación de los niños y saber que puede ser importante en la vida laboral. Pero, a la hora de trabajar, es imprescindible confiar en quien está contigo y no es bueno pasar demasiados ratos con una preocupación adicional.

miércoles, 9 de mayo de 2007

49. EFICIENCIA MUNICIPAL

Hoy no me resisto a publicar el resumen, seguro no del todo preciso, de lo que me relató el lunes un agente, con uniforme y bien armado, de la policía municipal de mi ciudad.

Cuenta el policía municipal que él “tiene la manía” de tramitar sus denuncias a través de la Comunidad de Madrid porque aunque ésta las reenvía al Ayuntamiento, piensa que esí es mejor. Bien por su jefe y aplausos al Concejal de Seguridad.

El agente dice tener un fiero rotwailer, mérito importante para trabajar en Medio Ambiente con el mandato de multar a los perros que anden sueltos por el parque, especialmente si se acercan al Puente del Botellón, conocido también por Zona de Cristales Muy Peligrosos.

Añade el bien armado que “cuando me acuerdo, comunico lo de los cristales”, que no es de su negociado y pertenece a la limpieza, que está contratada con alguien.

Ratifica, bien educado, que de su “epígrafe” queda excluido evitar que los menores se emborrachen en el botellón, vigilar a los camellos o soportar que le llamen xenófobo, por decir, con buenas maneras, que la basura tiene su lugar.

Señala que no es misión de la policía municipal vigilar que no se arranquen los árboles, destrocen los bancos, arranquen las plantas, escupan a los ancianos o se haga otro mal, salvo que les llamen para denunciar y, si se puede, se va.

Cuando le digo, muy asombrado, que todo eso me parece mal, contesta con una sonrisa amable y absoluta seriedad: “lo mejor es que usted vaya al Concejal de Seguridad, o mejor al Alcalde, que ahora están de elecciones y le atenderán”.

Es poco agradable saber estas cosas y pagar, con nuestro dinero, a los funcionarios vitalicios de la seguridad municipal.

Aunque incómodo con la gestión municipal, no hablare con el Concejal de Seguridad ni con Alcalde. Me escucharían atentos, harían nada, voy a votar lo mismo que ellos y no quiero importunar
.

martes, 8 de mayo de 2007

48. LOCURA

De cuando en cuando se vuelve a discutir la bondad y la oportunidad de implantar la semana de 35 horas. No es un tema nuevo y creo que es, desde siempre, una locura.

Locura, para una empresa que tiene que obtener resultados y locura para las administraciones públicas que gastan en personal el dinero de todos, en lugar de gastarlo en algo valioso para quien paga.

Locura que viví en una empresa, muy avanzada para su tiempo, en la que los trabajadores habían conseguido la jornada de 35 horas en invierno y 32 en verano y en la que, por la naturaleza del trabajo, era imprescindible que los empleados estuvieran en sus puestos turnos de 8 horas. La diferencia entre la jornada pactada y las horas de presencia se cubría con cientos de miles de horas extraordinarias.

Evidentemente, competir en un mercado difícil con el coste adicional, entonces como ahora, se planteaba poco menos que imposible.

Por supuesto, nadie tenía la culpa de que una dirección débil hubiera aceptado las justas e irrenunciables reivindicaciones de los trabajadores.

Y nadie tenía la culpa de que la autoridad laboral exigiera el cumplimiento de la normativa vigente sobre horas extraordinarias.

Y nadie tenía la culpa de que los clientes fueran unos “malos” que querían tener el producto a su hora todos los días, ellos sólo pagaban.

Y nadie tenía la culpa de que los trabajadores tuvieran que estar las 8 horas seguidas en sus puestos, fuera invierno o verano.

Y nadie tenía la culpa de que se perdiera dinero a espuertas.

Y nadie tenía la culpa de nada.

Con culpa o sin culpa, propuse a cada empleado comprarle su jornada, y casi todos, que sabían muy bien donde estaban, aceptaron volver a las 40 horas a la semana, un algo mayor salario y no hacer horas extraordinarias.

Durante el tiempo que duró el proceso de compraventa de la jornada tuve, dentro y fuera de la empresa duros adversarios, casi todos buenas personas, de esas que nunca tienen la culpa de nada y proponen, a gritos, las 35 horas a la semana.

lunes, 7 de mayo de 2007

47. UN ALUMNO AVENTAJADO

Era verano. Había tenido varias entrevistas con directores de oficinas del Banco Central para detectar sus necesidades de formación, ya conocía los puntos fuertes y las debilidades del colectivo y pensaba que poco podría obtener en una visita a la floreciente sucursal de la zona de Vallecas.

La una de la tarde. La oficina limpia, ordenada, llena de clientes y con personal diligente. La impresión inicial muy positiva.

Pregunté por el Sr. J. y me dijeron que tendría que esperar unos minutos porque el director estaba muy ocupado. Bien, me dije, es lo normal en una oficina tan activa y próspera.

La espera duró casi una hora que soporté bien porque una empleada, bien vestida y con gesto de comprensión, me fue recordando cada siete u ocho minutos cuánto sentía el Sr. J. hacerme esperar y me pedía disculpas.

Al fin entré en el despacho del director. Estaba oscuro, no se veía nada. Cuando mis ojos se adaptaron vi, de espaldas a la ventana, detrás de un enorme escritorio lleno de papeles, al Sr. J. que me saludó muy serio y me ofreció asiento en un sillón bajo, con apariencia de incómodo muy pequeño, en el que quedé prisionero, sin poder moverme, nada más sentarme..

Aprisionado en el sillón, no sabía cómo ponerme para escapar de un molesto haz la luz que atravesaba el único espacio de la ventana no cubierto por las cortinas y que venía directamente a mi rostro.

El Sr. J., sentado muy alto, con los brazos cruzados, mirándome desde arriba, habló muy bajo diciendo: ”Estoy a su disposición, ¿qué desea saber de esta oficina?”, y sacando un gran cigarro, lo encendió muy despacio, esperando la respuesta.

En ese momento me di cuenta de la estrategia del Sr. J.

Casi tirándome al suelo, salí del pequeño sillón, me acerqué a la ventana, abrí las cortinas, despejé de papeles una silla de la mesa de reuniones, la acerqué a una zona lateral del enorme escritorio a la que no llegaba la luz, coloqué unas carpetas sobre el asiento, me senté cómodo, saqué la petaca, lié un buen cigarro, me quedé mirándole un buen rato y luego, ante su creciente estupor, le dije: “Casi bien, lo ha hecho usted casi del todo bien, me gusta que las personas apliquen lo que les han enseñado, es un alumno aventajado, pero yo soy el profesor”.

Creo que el mejor alumno o, al menos, el más atento y aplicado que he tenido nunca fue, semanas más tarde, el Sr
. J.

viernes, 4 de mayo de 2007

46. UNA LECCIÓN PARA NO OLVIDAR

Mi padre, antes de comer, me dijo “José Luis, vamos al despacho, tenemos que hablar”

Muy serio, me dijo, todo seguido y probablemente con estas palabras lo siguiente:

“Sabes que tu mujer tiene una depresión profunda. La depresión es una enfermedad que se cura, pero es grave, más grave que una hepatitis o unas tifoideas, y larga, muy larga.

“Cuando te casarse te comprometiste a quererla, respetarla y cuidarla, en la salud y en la enfermedad. No olvides que en las enfermedades quien más sufre es el enfermo. ¿Entendido?

Sí papá. Contesté.

Entonces él, mirándome a los ojos, haciendo un gran esfuerzo, añadió, “cuando esté curada de la depresión será momento de pensar en separarte de ella. Ahora vamos a comer”.

Las palabras de mi padre me hicieron compañía durante el tiempo, bastante, que duró la enfermedad.

Más de diez años después, pregunté a mi padre por qué me había dicho que cuando se curase mi mujer podía pensar en separarme de ella. Me miró con un poco de sorna y una sonrisa y dijo: “ tú lo sabes, la depresión es una enfermedad larga que se cura poco a poco”.

jueves, 3 de mayo de 2007

45. UN BUEN FICHAJE

Me lo dieron hecho y haciéndolo mal lo acepté.

Ese día comenzaba la Convención Anual y el Director Nacional de Ventas, con mucha prisa, se presentó en mi despacho para que firmase el documento interno que autorizaba la contratación del nuevo Delegado en Madrid.

Muy alterado porque no podía contratar a su nuevo fichaje, me pidió que diera por bueno su compromiso con el Sr.B. Le dije que para firmar, al menos tenía que ver al candidato. En tres minutos le tenía sentado al otro lado de la mesa.

Antes de que llegase ya había decidido dar por buena la elección del responsable, estaba muy presionado por los resultados, realmente necesitaba alguien en quien confiar para acelerar las ventas en Madrid y no era momento de reproches por haberse excedido en sus competencias.

El Sr. B, en poco tiempo me explicó que vivía en Torrelodones, una ciudad dormitorio, ya de moda, cerca de Madrid, donde estaba muy bien relacionado y tenía amigos que eran “lo mejor de la sociedad”.

Yo, muy callado, escuche asombrado las muchas cualidades de un pueblo que aunque era el mío, me resultaba completamente desconocido.

Finalmente. me aseguro con orgullo que era un gran profesional y un auténtico líder en ventas de productos de gran consumo.

Bueno, me dije, este tío no me gusta nada y nos dará problemas, pero si el responsable lo quiere, lo dejaremos estar.

El Sr. B. entró en la empresa. Los resultados durante varios meses se hacían esperar y en la reunión trimestral sobre la situación del área comercial alguien planteo la conveniencia de sustituirle al frente de la delegación. Luego de discutirlo la decisión final quedó en mis manos.

Le llamé tuvimos una larga reunión en la que analizamos las oportunidades de su unidad, las fortalezas de su equipo y los apoyos que necesitaba para mejorar los resultados. Durante varios meses hablé con él muchas veces y le ayudé todo lo posible.

Realmente, además de cumplir con mi obligación, no me apetecía nada tener que despedir a una persona que podía estar próxima a mis propios vecinos y amigos de Torrelodones.

Pasó el tiempo, yo había cambiado de empresa, vivía nuevamente en mi pueblo y me enteré de que el Sr. B. había visto rescindido su contrato de trabajo.

Una mañana, estando con mi padre en la calle, vi venir al Sr. B., le miré y me dispuse a saludarle. Él bajó los ojos y sin un gesto, con el rostro airado, como muy enfadado, cruzó la calle y caminado rápido, se alejo.

miércoles, 2 de mayo de 2007

44. ARRIERITOS SOMOS

Mi buen amigo D. Fernando, Secretario General por entonces de un gran grupo empresarial, sin duda con ánimo de ayudarme en el inicio de mi carrer, me concertó una entrevista con el director de una de sus empresas, llamémosla Corporación Latina.

Muy contento con la oportunidad, llegué puntualmente a las oficinas de la empresa en un buen edificio de la Plaza de España de Madrid. Luego de una larga espera me recibieron en un magnífico despacho tres señores muy bien vestidos, eran Don Francisco, Don Julio y Don Javier.

Apenas me dieron tiempo para decir una palabra. D. Francisco me dijo que no había visto un curriculum vitae peor en su vida, que en su empresa solamente cabían personas preparadas y que D. Fernando, como siempre, les había enviado a otro incapaz. D. Julio añadió algunas puntualizaciones sobre lo bueno que era el equipo de la Corporación, la importancia de sus empresas y mi falta de preparación. D. Javier no dijo ni una sola palabra en toda la entrevista.

Cuando terminaron de darme las patadas que les hubiera gustado dar al Secretario General de la Corporación, D. Julio me dijo que me podía marchar y D. Francisco añadió que, como no les gustaban perder el tiempo, esperaba no volver a verme jamás.

D. Fernando me dijo días mas tarde, muy apenado, que a los directivos de la empresa les había encantado mi personalidad, pero que por el momento no tenían un puesto adecuado a mi valía pero que, en unos meses, casi seguro, me podría incorporar a Corporación Latina. Yo, aunque no lo era mucho en aquel entonces, fui prudente, no me enfadé y, aunque dolido, olvidé el tema.

Cinco o seis años más tarde entré como Director General de Relaciones Industriales (hoy sería de Recursos Humanos) de una empresa, la mayor de su sector y la 37 en facturación de toda España.

Me enteré muy pronto de que había problemas en el área comercial y bastante rápido me di cuenta de que la causa era el Director Comercial. Por ello, luego de reflexionar y hacer lo que había que hacer, propuse a mi Director General y este acepto, el despido de Paco, el Director Comercial.

Cuando le fui a ver a su para comunicarle el hecho, antes de que mediara una palabra, me dijo: “ya se me vas a despedir, lo supe desde el día que llegaste, me odias y me la has hecho pagado”. Entonces se hizo la luz en mi memoria y le recordé dándome patadas verbales en la sede de Corporación Latina, hasta ese momento no había asociado a Paco con el importante directivo D. Francisco.

Como es natural, traté de suavizar todo lo posible la situación, rechacé que hubiera nada personal en su despido, realmente no lo había y justifique su salida en la dificultad que él tenía para asumir las políticas de la multinacional. Sin embargo, Paco estaba seguro y probablemente aún lo esté, de que la razón de su despido era el cómo me había tratado, años antes, en la Plaza de España.

A D. Julio y a D. Javier también me los he vuelto a encontrar, a este último le pude ayudar, pero estas son otras historias.

Arrieritos somos y en el camino, antes o después, nos volvemos a encontrar.