lunes, 23 de agosto de 2021

965. DEL USO DE RAZON

 


Hoy, 23 de agosto, mi nieta Constanza cumple siete años, ya es mayor y tiene uso de razón.

Y, ¡es extraño el poder de la memoria!, en mi cabeza de viejo vuelven a estar presentes los pensamientos que, al cumplir los siete años, sin saberlo entonces, me hicieron pasar, con una mezcla de alegría y dolor, de ser niño a ser mayor: ya tenía uso de razón, sabía distinguir el bien del mal; ya era responsable lo que pensaba y de lo que hacía y, por ello, Dios y mis padres me iban a castigar o a premiar. Ya tenía que ir a misa los domingos, el viernes no podría comer carne porque entraba la cuaresma, tenía también que ser bueno con mis hermanos   y era mi obligación cumplir los mandamientos de la Santa Madre Iglesia.    

Evidentemente, cumplir los siete años en absoluto significaba que hubiera dejado de ser    niño, solo quería decir que seguía siendo niño pero ya mayor; y, ciertamente, mi visión del bien y del mal, afortunadamente, era extremadamente sencilla: lo bueno y lo malo era lo que mis padres me habían enseñado; carecía de conocimientos y me faltaban años para poder distinguir los matices grises de la línea continua que convierte el bien en mal o viceversa.

Sin embargo, a pesar de todo, el día de aquel cumpleaños, de la noche a la mañana, asombrosamente, adquirí el uso de razón y, desde entonces, siempre he podido distinguir, ¡a veces con dolor!, lo que está bien de lo que está mal y, consecuentemente, he sabido también que está en mis manos, en nuestras manos, elegir, incluso en sus grises, entre el bien y el mal.

Hoy setenta años después de que su abuelo adquiriera el uso de razón, mi nieta Constanza, “se ha hecho mayor”, y detrás de sus ojos limpios, en su cabecita preciosa, se la encendido la luz que, desde ahora, toda su vida, va a alumbrar decisiones, muchas difíciles, que, Dios le ayude, habrá de tomar para elegir entre los grises del bien y del mal.  

Muchas felicidades Constanza, muchas felicidades mi querida nieta, porque hoy cumples siete años y, tu abuelo lo sabe,  eres mayor y tienes uso de razón. 


 

miércoles, 18 de agosto de 2021

964. HEMOS PERDIDO LA GUERRA

 

Es terrible, pero es así: los norteamericanos, los europeos, los españoles, nosotros, hemos perdido la guerra. Los talibanes afganos y sus aliados no occidentales nos han vencido, han ganado la guerra.

Y no, no hemos perdido una batalla, hemos perdido una gran guerra, una guerra en la que los talibanes, devotos musulmanes, han destrozado, quizá para siempre, la hegemonía del occidente cristiano, rico, descreído y prepotente.   

La caída de Afganistán, estoy seguro, ha abierto un nuevo camino en la Historia, es la derrota del Guadalete, es la muerte de Constantinopla y es también la conquista de Granada o el triunfo de Hernán Cortes; es el símbolo del final de los imperios de occidente y el renacer de un islam dispuesto, con la ayuda de Ala, a disputar el futuro al impío y materialista dragón chino.

Y, en el verano de España, escondido en el bienestar, lejos del campo de batalla, encogido el corazón, mis ojos se llenan de lágrimas; sufro el dolor de la derrota como tantas veces lo sintieron nuestros abuelos en las muchas guerras que perdieron; y, como ellos, sin resignarme a aceptar que hemos salido de la Historia, sueño que los occidentales, pasado un tiempo, volvamos a ser, pero mejor, lo que ha sido nuestro Imperio.

 


                               (this-image-distributed-courtesy-of-the-us-air)

 

miércoles, 4 de agosto de 2021

963. DETERIORO COGNITIVO

 

 

Normalmente leo con interés “noticias”  que,  sobre los grandes conocimientos, el saber profundo y la inigualable capacidad de las “personas mayores”, me hacen llegar amigos de mi edad.

Pero, acaso porque, a ratos, pienso un poco, me cuesta trabajo aceptar como ciertas las muchas bondades que se dicen sobre la capacidad mental de “los viejos”. Y, cada vez con mayor frecuencia escucho la voz de mi mujer diciéndome: José Luis, es que no te enteras de nada…

Y, en días como hoy, casi llorando, tengo que reconocerlo, aunque hace años no la tuviera, Cristina, si me lo pudiera decir ahora, tendría razón.

Hace algunas semanas, porque no escuché como debía y  “me colé” en el lugar de otro paciente, en una consulta del hospital, me gané un susto de muerte cuando una doctora muy seria me anunció que tenía un gran mal que, afortunadamente, luego descubrimos, no era mío. Y claro, me prometí que en el futuro prestaría más atención a lo que se me decía.

Hoy, en la estación de Chamartín, al tratar de subir al tren que me debía llevar a Galicia, he escuchado a un revisor decirme que el billete  era para el tren de ayer y que para usarlo hoy ya no valía. Él estaba en lo cierto, aunque lo había comprobado tres veces, lo había hecho mal y cambiado, en mi cabeza, la fecha del viaje.  No es que tenga mucha importancia, me digo, he sacado otro billete y el viernes, pasado mañana, me iré a Galicia en la primera plaza que hay disponible.

Sin embargo, llueve sobre mojado, es la segunda vez, en pocas semanas, que “he metido la pata”, que no me he enterado de nada. Y, aterrorizado, rezando para que lo que me ha pasado no sea eso que llaman el deterioro cognitivo, otra vez me prometo  prestar  más atención a lo que me oigo o leo, y a no estar  en Babia, donde solemos estar, más de la cuenta, los viejos.