Doña Carmen Melgarejo Enríquez de la Orden, como siempre, con tranquilidad y buen hacer, ha dejado este mundo para comenzar, en el Cielo con su esposo, Don Francisco Jarava Aznar una nueva vida.
Carmen ha sido para mí el mejor ejemplo del saber ser y del saber estar. Integraba en su personalidad la elegancia culta de la gran ciudad y el arraigo a lo real de la señora de campo que asume siempre la más responsable autoridad.
Carmen, siempre la misma, en su casa de Martínez Campos, en la de la Solana, en las Chimeneas, en el Puerto de Santa María, en todas partes, ejerciendo de esposa, de madre, de suegra, de hermana, de abuela, de tía, de amiga, ha sido una alegre, amable, culta y tranquila que ha hecho, con su propio y permanente esfuerzo, la vida más fácil a todos los suyos y a cuantos hemos tenido el honor de conocerla.
Desde el dolor por su partida y mí más sentido pésame a todos sus deudos, pido a Dios Padre, que está en el Cielo, para Doña Carmen Melgarejo Enríquez de la Orden, el descanso eterno.
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