domingo, 16 de enero de 2011

365. PARA BIEN O PARA MAL, LA LEALTAD AHORA ES SITUACIONAL


A lo largo de los últimos treinta o acaso cuarenta años, se ha convertido poco a poco en normal y hoy está socialmente admitida la ruptura habitual de los votos matrimoniales o  religiosos contraídos inicialmente para toda la vida; es normal el abandono de la práctica religiosa prometida en el bautismo, el cambio radical de ideas políticas es más que frecuente y hasta han sido sustituidas por sus opuestas no pocas acepciones de lo que está bien y de lo que está mal.

En la vida laboral, muy importante para casi todas las personas por cuanto el trabajo es el  medio de vida, nos encontramos con que cualquier personas, cualquier que sea un nivel en la organización o su cualificación profesional,  puede ser despedida y, por supuesto, esa misma persona no deja de estar atenta al mercado de trabajo para marchar, sin problema alguno, a otra empresa en la que pueda tener más o estar mejor que en la anterior.

Los despidos masivos vividos en los últimos años han terminado, en mi opinión para muchos años, con cualquier posibilidad de que se establezcan vínculos de lealtad entre las personas y las organizaciones en las que aquellas  trabajan,

El reconocimiento social de la pérdida de la lealtad lo tenemos en la práctica de subastas a la baja que usan muchas  organizaciones para sus  compras a proveedores y los condiciones especiales que, a cambio de “tiempos de permanencia” solo se dan a los clientes que amenazan marcharse de las compañías de telefonía, seguros, u otros  servicios en cualquier ámbito de la economía.

La lealtad, desde mi punto de vista uno de los valores más relevantes de cuantos han configurado la cultura y la sociedad occidental,  ha pasado de ser un valor real a una práctica situacional: Yo se que tu serás leal conmigo mientras a ti te interese, y yo seré leal contigo exactamente lo mismo, mientras a mi me convenga.

Las consecuencias de la extensión social de la lealtad situacional, si no encontramos la manera de cambiar las cosas, pueden hacer, para bien o para mal, que muchas personas vivan la vida como una guerra en el que para poder vivir es  imprescindible  matar.

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