La enorme salvajada perpetrada hace cuatros días por un energúmeno en la hasta ahora pacífica Noruega además de haberme entristecido y dejado por completo anonadado, me ha obligado a reflexionar.
Vivimos tiempos de doble o triple moral en los que hasta los más execrables crímenes, con usados, sin reparo moral alguno por los políticos y por los medios de comunicación que les son afines, con el más absoluto descaro, como bombas letales contra quienes se oponen a ellos.
Los crímenes son crímenes los cometa quien los cometa. Los asesinos son asesinos cualquiera que sean sus razones para asesinar y los objetivos que persigan con la muerte de sus víctimas.
Quienes asesinan a sus mujeres porque tienen celos son unos asesinos y quienes asesinan a un anciano para robarle diez euros son asesinos, al igual que son asesinos los terroristas de ETA que disparan en la nuca a concejales vascos, y son asesinos los iluminados islamistas que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas y quienes hicieron explotar los trenes de cercanías en Madrid. Los asesinos son asesinos y nada justifica sus asesinatos.
Además, a pesar de cuanto digan los políticos, los únicos responsables de los asesinatos son los asesinos que deben pagar sus crímenes de acuerdo a lo que marca la ley y si la sociedad piensa que la ley actual no es suficientemente dura hay que cambiarla para hacerla más dura, cosa que los políticos, quien sabe por qué, rotundamente y escondiendo sus razones, se niegan a hacer.
Sin embargo, en estos momentos en Noruega, los políticos de izquierdas cargan los muertos a los políticos de derechas, lo mismo que ocurrió en España en el terrible marzo de 2004, se hizo en Irlanda durante muchos años y se hace cada día en muchos de los lugares donde el terrorismo azota la convivencia y destroza la vida de las personas.
Los políticos aprovechan todo, hasta los crímenes más detestables, para desplazar del poder a otros políticos. Es verdaderamente repugnante.
Y la acción interesada, desalmada y vil, de los políticos provoca en las sociedades espirales de odio que impulsan más y más la violencia.
Está absolutamente claro que toda acción provoca una reacción que tiene una intensidad igual o superior que la de la acción que la origina y las palabras y las conductas de los políticos son acciones que provocan palabras y reacciones cada vez más violentas en otros políticos y, lo que es peor, en la sociedad.
El asesino de Noruega es un asesino, los etarras que han asesinado son asesinos, los islamistas que han cometido crímenes son asesinos y ellos son los únicos responsables de los asesinatos. Pero si los políticos, en lugar de limitarse a lamentarlo y cumplir la Ley, se dedican a echar la culpa a la religión o a la ideología de los demás, están justificando, directa o indirectamente el asesinato de unos u otros.
Si la política de inmigración de un gobierno provoca reacciones negativas en la sociedad, los políticos deberían ocuparse de trabajar para evitar que una parte de sus ciudadanos tengan esas reacciones y no acusarles de ser xenófobos.
Si la política antiterrorismo de un gobierno provoca reacciones negativas en la sociedad, los políticos deberían ocuparse de trabajar para evitar que los ciudadanos tengan esas reacciones y no acusarles de ser enemigos de la paz.
Los políticos y los medios de comunicación, estoy convencido, en su lamentable conducta de usar los crímenes para atacar a sus adversarios políticos plantan en la sociedad semillas de un espantoso juego de acción reacción, en el que, para mal de todos, los mayores crímenes y los peores criminales pueden encontrar justificación.
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