El sábado 14 de enero de 2012, mi hija Victoria, celebró su boda y ayer, a lo largo de un día muy largo, reviví mil veces la vida, joven, apasionada y siempre llena, de mi hija pequeña.
Desde muy temprano por la mañana, se llenaron mis pensamientos de un ir y de venir de recuerdos olvidados que, saltando entre los nueve meses de enorme alegría, mucho miedo e inmensa esperanza que Cristina estuvo en la cama esperando a Victoria, recorrieron los años desde que nació un tres de mayo, hasta este día de su matrimonio.
La veo cuando era muy pequeña, cuando se nos perdió durante una hora en East Kilbride y regreso, en brazos de aquella señora, tan contenta de su excursión por el centro de la ciudad escocesa. Y la estoy viendo, sentada tan tranquila, al lado del coche, haciendo un descanso en la circunvalación de Londres.
En la agridulce sensación que conoce cualquiera que haya sido “el padre de la novia”, he revivido a Victoria, muy pequeña, haciendo comiditas con hierbas, pequeñas piedras y mucho barro mientras daba órdenes a las perras para que corrieran, se sentasen o fueran a cazar las ardillas, palomas o urracas que pululaban por el jardín.
La he visto hoy, otra vez, unas veces muy contenta, otras enfurruñada y otras las dos cosas a la vez, leyendo cuentos, haciendo deberes, bordando su eterno y precioso abecedario, protegida por su hermana y chinchada por su hermano, en su cuarto, en el pasillo, asomada al balcón o sentada en la alfombra frente a la chimenea mirando la televisión.
He vuelto a disfrutar su estado de alerta para coger la bolsa y pasear, pidiendo, la iglesia de Parquelagos, sus idas y venidas entre su casa y las casas de sus amigas Ana y Sara.
Aún tengo clavado en el alma el año que Victoria estuvo en Francia. La estoy viendo quedarse sola en el colegio de Toulouse, sus cartas, los fax de los martes y las llamadas del sábado cuando, “haciendo lo que hay que hacer”, venciendo la soledad de las noches, progresaba cada día en conocimientos y madurez. Y de nuevo me alegro y padezco las veces que venía y se marchaba en el pequeño avión de Air France y su alegría por estar en el noventa cumpleaños del abuelo.
La veo de camino al colegio en Torrelodones, con su madre en coche, con su hermano en el tren y luego sola. Sus alegrías, sus desvelos y el pundonor de su lucha por las buenas notas.
Luego los viajes a Taize, primero de niña, luego de mayor, ¡que bueno fue que supiera francés!
Su tiempo en la carrera, tan duro por tantas cosas, tan lleno de esfuerzo y tan colmado de éxitos. Y, las largas noches de trabajo intenso y el cansancio de los domingos, las presentaciones de sus trabajos y sus buenas, buenísimas, notas.
La llegada de Julián, su único amor.
Su primera empresa, en las prácticas de la carrera, cuando hizo aquellas cuatro entrevistas y tuvo que elegir entre cuatro ofertas. Veo su ilusión, sus ganas de hacer las cosas bien, su sentido de la responsabilidad, el aprecio de Ana.
Su constancia y su buen hacer en todos sus trabajo, la idea tan clara de que hay que trabajar como si se fuera a heredar la empresa, sabiendo bien que los buenos profesionales han ser los condotieros de nuestro tiempo.
Todos estos recuerdos y muchos más me acompañaron el día de la boda mientras ella, con su madre y Sara, se vestía por dentro y por fuera de preciosa novia y luego, cuando Ivan llenó su cámara con mil fotografías.
Luego el camino hacia Parquelagos, el susto del atasco, el cariño del tío Joaquín, la entrada en la iglesia, el camino hacia el altar, las palabras del P. Marcos, los nervios al dar el Sí. La salida de la ceremonia, los besos y los abrazos, la visita a la abuela María.
La celebración de la fiesta. La alegría de estar con los tuyos, de celebrar la felicidad de ser ya la mujer de Julián y de tenerle por marido.
Ahora, mientras escribo, Victoria y Julián están volando sobre el Atlántico, cansándose, sin haber descansado de la boda, para gozar del calor y del color de la luna de miel.
Mientras tanto, preocupado como siempre mientras ellos viajan, desde el gran amor a “mi niña”, pido a Dios para Victoria y para Julián, que les sea concedido que el amor que ahora tienen crezca, en los buenos y en los malos tiempos, un poco más cada día, todos los días de sus vidas.
1 comentario:
Que bonitas palabras en las que sobre todo se ve a un padre que adora a su hija.
Estoy segura que gracias a los valores que la habeis inculcado, en esta nueva etapa sera muy feliz porque se lo merece todo.
Un beso, Ana
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