No tengo muy claro si la
capacidad y la habilidad que han demostrado a lo largo de los siglos los Sumos Pontífices de la Iglesia Católica para tomar grandes y sorprendentes decisiones, es fruto del saber acumulado de una organización
vieja muy eficiente, de la calidad y buen hacer de unos líderes
bien elegidos, de la asistencia del Espíritu Santo o de una mezcla de
todo lo anterior.
Por ello, ante la
renuncia del Papa Benedicto XVI, aunque no me atrevo a hacer valoración alguna, como uno más de los
millones de miembros de la Iglesia, entiendo que es
bueno reflexionar y poner en común los pensamientos que una y otra vez llenan nuestras mentes
en estas horas que entiendo son de
vigilia.
Así, la decisión de Papa
Benedicto XVI, desde mi perspectiva, es lógica, coherente con la personalidad
del Papa y con su trayectoria como teólogo y pastor de la Iglesia. Además,
pienso que la decisión para el Papa tiene que haber sido
muy difícil porque choca frontalmente con la idea del liderazgo vitalicio,
valiosísima durante siglos, el ejemplo de sus antecesores y, especialmente, con
las expectativas, grabadas a fuego, de
los miembros, clérigos y laicos, de la Iglesia.
La razón de la renuncia
del Papa, él lo ha dicho, es que por su edad, ya no tiene fuerzas para seguir
desempeñando su cometido. Evidentemente ello significa que el Papa piensa que
el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica
tiene la ineludible obligación de hacer o decir cosas que, en su pensamiento, son objetivamente necesarias y que quien sea
el Papa no puede obviar hacerlas. Y
Benedicto XVI, decide que si él no puede, está obligado, sí, obligado a renunciar y dejar paso a otro Papa
que las haga.
Creo que el Papa
Benedicto XVI, al tomar la decisión de renunciar a la
Silla de Pedro, ha mostrado a todos los miembros de la Iglesia el sentido real del
concepto, no siempre bien interpretado, de santidad. Solo una persona de
extremada clarividencia e inmensa generosidad, un santo, puede renunciar a la condición de Papa cuando
es él mismo y solo él mismo quien determina
qué se debe hacer o no hacer, decir o no decir y cómo y cuando hacerlo o decirlo. El Papa no responde ante nadie, nadie puede pedirle
cuentas, más aún, de buena o mala gana, en la Iglesia todo el mundo va a
pensar o a hacer como si pensara, que el Papa lo que dice o lo que hace está
bien, todo bien. El Papa solo responde ante Dios y Dios es, en el caso del
Papa, como en el de cualquier hombre, la voz de la conciencia que, en su caso, es la de un
santo.
Pero, ¿Qué cosas ha de
hacer el Papa?. La verdad es que no lo se.
Probablemente, al igual que cualquier católico y acaso como cualquier persona
de buen corazón, podría resumirlas en una frase como “llevar la palabra de Jesucristo
a todos los hombres” o similar; sin embargo, detrás de esta frase cabe todo o, unas cosas caben y
otras no caben, según los criterios de unos u otros miembros de la Iglesia.
Por ello, no se si la Iglesia ha de
reinterpretar los mandamientos, actualizar sus normas, cambiar la moral,
reinventar la organización, definir nuevamente el concepto de pobreza avanzar en la creación de más riqueza para
que en el mundo no haya pobres, hacer todo lo anterior, alguna de esas cosas o
ninguna.
Y, pensando en el “para
qué” “por su avanzada edad, no tiene fuerzas”
el Papa, me asalta una inmensa
duda: ¿No será que Benedicto XVI ha
llegado a la conclusión de que hay que empezar por el principio? ¿No será que el Papa quiere hacer, en y con la Iglesia, que el Amor reine en el mundo? Y que él no
tiene fuerzas para enfrentarse a una guerra de la de Dios es Cristo.
Después de haber escrito
cuanto antecede, no puedo olvidar una observación final: Aunque estoy
absolutamente convencido de que Dios es
el Todo y, aunque nos empeñemos en que
haga cosas, no puede hacer nada porque ya lo hizo Todo, el Papa que suceda a Benedicto
XVI, el Santo Padre que ahora renuncia, tiene ante sí un
espeluznante desafío que nadie en su sano juicio, salvo que sea un santo,
podría aceptar.