Bien
sé que tengo que escribir, antes de que me olvide, sobre el efecto que producen
las denuncias por acoso y violencia sexual sobre las personas que, con razón o
sin ella, son denunciadas y las consecuencias en sus entornos familiares,
profesionales y sociales; es un tema que me preocupa mucho y que entiendo es
importante en un momento en que los medios de comunicación están llenos de
acusaciones y en los juzgados de los países del primer mundo se comienzan a
acumular casos de acoso y abusos sexuales. Lo haré tan pronto sea capaz de escribir
sin decir demasiadas obviedades y
tonterías.
Sin
embargo, hoy prefiero escribir sobre algo que personalmente me resulta más
próximo: los sustos que dan las “goteras”.
Cualquier
persona que haya cumplido setenta años sabe que tiene “goteras”: temas
circulatorios, próstata, artrosis, azúcar, algo de hígado, memoria, tensión,
etc. que, aunque los médicos, con razón, nos dicen que carecen de importancia,
no dejan de estar presentes en la vida diaria de todos nosotros e incluso nos
obligan a visitar, cada vez con mayor frecuencia hospitales, tanatorios y
funerales.
Pues
bien, el pasado jueves, por una de esas goteras sin importancia, tuve un buen
susto: acudí a una consulta que esperaba
rutinaria, no más de diez minutos y a casa. Una señora, ahora casi todos los
médicos son mujeres, que contra lo que es normal en los médicos, hace años que
ha leído y superado con nota su tesis doctoral, en unos minutos me explicó que
la gotera era, o podía ser, algo más que una gotera y, casi sin darme cuenta,
pasé de sentirme bien en la silla de un despacho a estar, con una vía en el
dorso de una mano, en una cama del hospital.
Seis
días, todos seguidos, en el hospital, aunque me han abrumado las visitas, me han
regalado mucho tiempo para pensar: con mi mujer al lado sería otra cosa, los
hijos y los nietos, la
vida es buena, la salud es importante, ya
tengo bastantes años, el miedo es libre pero tampoco es para tanto, el pasado
no se puede cambiar, la familia, lo peor
de todo es dar la lata, José Luis mira la cantidad de cosas que ves cuando te
pones a observar, tu padre y los amigos que se han ido, lo que tengo por
delante…Sí, seis días en el hospital son un buen tiempo para pensar.
Me
dicen que hay que hacer más pruebas, pero que no parece nada grave; por una parte,
es un alivio, pero en realidad, lo sé bien, no me importa, no me tengo que
preocupar, la vida es hermosa, es un regalo de Dios que debo agradecer y estoy
obligado, mientras dure, a disfrutar.