Cristina, mi perra, porque era la perra de mi mujer, cuando
le ha llegado la hora, se ha marchado con ella.
Cristina nació en agosto de 2005 y este miércoles había cumplido catorce años menos
tres semanas.
Y sí, la perra se llamaba
Cristina porque un día de septiembre, al volver de El Puerto de Santa María, lo
recuerdo como si fuera hoy, mi mujer, al
entrar en casa, se encontró, como un regalo de su hija, en una caja de zapatos
un pequeño cachorro, negro del todo y, por un impulso de esos que se tienen y luego jamás
en la vida consigues explicar, mirando muy
seria a la caja de zapatos, dijo: ¡perra, te llamarás Cristina, como mi hija…! y,
con ello bautizó a su perra.
Cristina creció pronto y se convirtió en hermosa perra labradora,
negra, guapa, esbelta y
ciertamente buena; nuestra casa y nuestras vidas nunca tuvieron secretos para
ella y, en los días felices, que fueron muchos y en los menos felices, que también
fueron algunos, fue leal, cariñosa y siempre
estuvo en su sitio. Y, es curioso, ella sabía perfectamente, cuando cualquier
persona pronunciaba la palabra “Cristina”,
sabía si se
estaban refiriendo a ella, a su dueña, a mi hija, o a otra Cristina…
Como es natural, la muerte de mi perra me ha producido un
gran disgusto del que solo me consuela,
y no mucho, el saber que mi perra, Cristina,
está con su dueña y que mi mujer,
Cristina, tiene de nuevo a su perra con ella.
Y, ahora, como tantas veces, todos los días, me digo y seguiré
diciéndome: José Luis, eres muy afortunado, da gracias a Dios porque has tenido
una mujer estupenda… y una buenísima perra.
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