En estos tiempos obscuros, cuando “el mal” recorre el mundo y se hace difícil pensar que en la tierra pueda reinar “el bien”, a veces, muchas, mi pensamiento divaga en las aguas turbias de lo vivido para llegar, casi siempre a las mismas ideas.
Así, durante muchos años, porque así me lo enseñaron y “lo sabía” porque estaba escrito en mi conciencia, he pensado que el bien es bien y el mal es mal, que lo bueno es bueno y lo malo es malo.
Además, consecuentemente con lo anterior, siempre he creído que el bien y el mal, son realidades objetivas, ajenas a la voluntad o a los deseos de las personas y que estas distinguen, sin ningún esfuerzo, el bien del mal, lo bueno de lo malo; lo dice la conciencia, en la que está grabado por Dios o por la Naturaleza. Y, a mayor abundamiento, lo bueno y lo malo, forma un corpus jurídico que se estudia, o se estudiaba, en la universidad como Derecho Natural.
Y, también, dejando a un lado la eterna controversia sobre el “misterio del mal”, siempre he tenido muy claro que, para asegurar la convivencia, porque hay personas que “prefieren”, que “eligen”, el mal, las sociedades humanas, para evitarlo se han dotado de medios muy poderosos: las normas religiosas (los mandamientos de la Ley de Dios) y civiles (leyes), que castigan (desde el purgatorio hasta el infierno unas, y desde la cárcel hasta la muerte otras), y el miedo de los posibles infractores para que se abstengan de elegir lo malo.
Sin embargo, porque la vida te va enseñando, poco a poco fui descubriendo una verdad obvia: la conciencia es subjetiva y, al final, en la realidad, las personas elegimos “lo que para nosotros es bueno”, independientemente de que ello sea para otras personas realmente malo, o de lo que digan el Catecismo o el Código Penal.
No, no estamos inmersos en una “lucha eterna entre el bien y el mal”, estamos en un proceso de evolución en el que todos, todos, tratamos de supervivir y, sin dudar, elegimos lo que contribuye a nuestra supervivencia, lo que, para nosotros o para los nuestros, es el bien.
No, ni Sánchez, ni Putin, ni el
Papa, ni tu ni yo, elegimos el mal, elegimos lo que para cada uno de nosotros
es el bien, y lo único que, acaso, diferencia nuestra elección del bien es “el
ámbito de la elección”: el bien de la propia persona, el bien de un grupo o el,
imposible, bien de todos.