Ayer, día 1 de julio, viernes, en la Iglesia de San
Ignacio de Torrelodones, atestada de testigos, mis sobrinos, Carmen y Paquito,
contrajeron matrimonio.
Y, debo decirlo, la boda de Carmen y Paquito ha sido
un preciso estallido de amor y luz en los tiempos obscuros que estamos
viviendo.
Carmen, morena, reluciente y hermosa, vestida de pasión,
fuerte y segura, en el Altar, ante Dios, con el alma abierta, dijo que sí, que
era verdad, que más que a nadie ni a nada en el mundo, amaba a Paquito con todo
su corazón.
Y Paquito, fuerte, competitivo, y en nada altivo, supo
que al fin había vencido y, entre orgulloso y humilde, olvidado de sí mismo,
pensando solo en ella, henchido de amor, dijo, gritó, que sería el marido de Carmen
y que él, sin ninguna duda, le entregaba a ella su alma y su corazón.
En ese precioso momento, para mí, que los quiero, todo
lo importante de este día había terminado. Ya nada tenía importancia, los dos,
Paquito y Carmen habían sellado su compromiso, para siempre, de amor y solo quedaba “la celebración”.
Más tarde, en Prados Moros, la fiesta grande de la
boda: primero, la luz del precioso atardecer de Guadarrama hizo justicia a la
belleza engalanada de las mujeres, jóvenes hasta las más ancianas, y los trajes, cuidados y elegantes de los
hombres. Más tarde, en el correr de la noche, en una esquina del jardín, cante
grande y bailes como en Sevilla, la familia de Paquito, desatada; la de Carmen,
por una vez, siendo muchos parecíamos menos, admirada.
Después, durante la cena formal en el comedor inmenso
de la finca, no tiene sentido hablar, porque todo fue bueno, de la cuidada atención de los organizadores de
la celebración, ni de las viandas o las
bebidas, tan bien elegidas, lo que parecía imposible, ¡hay milagros!, sucedió: una
explosión de alegría llenó el espacio, música, canciones, pañuelos al aire, risas,
lágrimas, las palabras de los hermanos, sobre todo de la hermana, de Paquito, la
emoción de sus padres y de mi hermana María José, la madre de Carmen, lo que
dijeron los novios y, sobrevolando la noche, el amor, regalo de Dios, que
vivimos todos.
Hubo más, mucho más, todo bueno, incluido el gran
baile, en la celebración de la boda de Carmen y Paquito pero, porque como salvo
el amor que ellos viven nada es importante, lo dejamos en el olvido.
Para terminar, decir que estas mis palabras, pobre expresión
del cariño que siento hacia Carmen y Paquito, son mi plegaria al Cielo para que
la felicidad de hoy les dure, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la
enfermedad, para siempre.
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