viernes, 25 de noviembre de 2022

1019. DE NIÑOS Y ADULTOS PREPOTENTES, CAPRICHOSOS Y MALCRIADOS


Una regla imprescindible, hasta los niños lo saben, para poder jugar y, también, para poder convivir, es que existan reglas respetadas por todos los jugadores o, también, por todos los que conviven.

Y, cuando se rompen las reglas, hasta los niños lo saben, el juego se hace imposible y, también, la convivencia.

Sin embargo, hay niños prepotentes, caprichosos y malcriados que, saltándose las normas, insultan y,  con notable alborozo, ganan a otros niños en el juego y después, cuando esos otros niños les hacen a ellos exactamente lo mismo, se enfadan mucho, lloran, se hacen las víctimas y piden auxilio a los mayores para que castiguen a quienes los han insultado y ganado.

Y   hay adultos prepotentes, malcriados y caprichosos que, saltándose las normas, insultan y,  con notable alborozo, ganan a otros niños en el juego y después, si esos otros niños les hacen a ellos exactamente lo mismo, se enfadan mucho, lloran, se hacen las víctimas y piden auxilio a quien pueden para que castiguen a quienes los han insultado e intentado ganar

Indudablemente, para que los niños puedan jugar y los adultos convivir, es imprescindible que quienes quieren jugar, o necesitan convivir, aunque sean muy listos y guapos, respeten las reglas del juego y de la convivencia.

Claro que, en estos tiempos, en España, y en todas partes, hay bastantes niños, y adultos también, prepotentes, caprichosos y malcriados, que, muy listos y guapos, pretenden, aunque esto sea imposible, que los demás, niños o adultos, cuando son insultados aguanten, agachen la cabeza, dejen el campo libre y se marchen a llorar con sus mamás o sus papás.  

Por ello, y porque los insultos, como todas las violencias, pueden crecer en espiral, y que de las palabras se pase a las manos y de las manos a los palos, mejor sería que unos y otros respeten las normas y se dejen de insultar.






Nota: Las dos imágenes que ilustran esta entrada están tomadas de Internet




sábado, 12 de noviembre de 2022

1018. ¡SÉSAMO, ABRETE!

¡Sésamo ábrete!, es otro cuento para mis nietos


Muy cerca de la casa de Olivia, tiene ocho años, se termina el pueblo y empieza el monte. A ella le gusta mucho el monte, es un sitio muy grande dónde no hay casas, ni calles, ni coches, no hay gente, solo tierra, piedras sueltas, matojos, tomillo y romero, arbustos, bastantes jaras, ¡qué bien huelen las jaras!, algunas encinas, dos tilos, un enebro y un montículo grande que tiene arriba y en una de las laderas  rocas grandes y jaras, y en la otra, en la que baja al arroyo, solo pueden entrar las cabras porque hay muchas zarzas y pedruscos grises, hierbajos y crecen las cañas largas; además,  por todo el campo  hay  pequeños senderos, todos casi iguales, que, dando vueltas,  subiendo y bajando,  van de un lado para otro y, realmente, al arroyo, al montículo o a ninguna parte.

En el campo no hay gente, solo algunos pájaros, a veces se ven conejos, en verano hay lagartos,  en primavera pastan rebaños de ovejas, ¡son preciosas!,   y un día, Olivia vio dos vacas, le dieron bastante miedo, pero, aunque iban solas, ya se marchaban.

Y, en el monte, en el monte de al lado de su casa, hay también algo muy especial, lo que más le gusta a Olivia, es una piedra muy grande que está sola, rodeada de matojos justo donde empieza a subir el montículo; es por lo menos el doble de alta que ella y es ancha, toda redonda y rugosa, menos por la parte de delante, que es lisa y tiene muchas rayas que forman unos dibujos preciosos y muy extraños que Olivia nunca se cansa de mirar y tocar.

Hoy el día es soleado, el aire está muy limpio y los colores del otoño son preciosos, Olivia camina, paseando, hablando de todo, con el abuelo mientras su hermano Mateo, tiene cuatro años y es pequeño, corretea alrededor, alejándose de cuando en cuando para explorar,  coger  palos lisos y piedras bonitas,  y volver para mostrar sus hallazgos al abuelo.  

Y, poco a poco, distraídos, los tres han llegado al pie del montículo y se han detenido frente a la piedra lisa que tanto le gusta a Olivia.

-Mira abuelo, que piedra tan bonita, y tiene unos dibujos preciosos -, está diciendo Olivia, cuando Mateo aparece, con un palo en cada mano,  en lo más alto de la roca, es imposible saber cómo ha subido, grita y hace mil gestos para reclamar la atención del abuelo y de su hermana.

En un visto y no visto, Mateo está de nuevo abajo, explicando al abuelo lo bien que sabe subir y bajar de las piedras, lo valiente que es y el poder de la espada, el palo largo que agita en la mano derecha y el del puñal, el palo corto que blande en la izquierda.

Olivia, molesta porque ha perdido la atención del abuelo, tirando varias veces del brazo de este, consigue recuperarla y pregunta muy seria; ¿la puerta de la cueva de Alí Babá se llamaba “Sésamo”?

El abuelo lo piensa un momento y responde: -ahora que lo dices Olivia, es posible, la puerta era muy grande, era un portalón, así que es posible que el portalón se llamara “Sésamo” -.

-Entonces, abuelo, “Sésamo” era como Alexa, si decías “Sésamo ábrete”, la puerta se abría, y si decías “Sésamo ciérrate, se cerraba”; igual que Alexa, cuando dices “Alexa enciende la tele”, la tele se enciende, si dices “Alexa apaga la tele”, Alexa la apaga…

-Tienes razón Olivia, “Sésamo” era como Alexa, pero en tiempos de Alí Babá no existía Alexa, no había ordenadores ni teléfonos móviles, los antiguos tenían otros sistemas, pero como no los escribían la gente los olvidaba y, luego, cuando querían volver a usarlos ya no sabían; por eso es tan importante saber leer y escribir muy bien nietecita -.

-Pues yo se leer y escribir abuelo, pero Mateo no sabe -.

-Yo sí sé, se me sé muchas letras -, protesta airado Mateo.

-Vamos, nietos, vamos a dar un paseo -.

-Espera abuelo, espera un momento -, dice Olivia, muy seria, poniéndose muy derecha, frente a la piedra lisa, mirándola muy fijo, exclama:-¡Sésamo ábrete!, ¡Sésamo, ábrete! -, y nada, como si no hubiera dicho nada.

Apenas han caminado veinte pasos, Mateo se suelta de la mano del abuelo y, corriendo, regresa a la piedra, se pone enfrente y, muy serio, grita: -¡Sésamo ábrete!

Y, suena un ruido infernal, parecido pero distinto y peor del que hace al moverse una maquinaria grande, pesada, vieja y desengrasada, asusta un poco a Mateo, un poco más a Olivia,  y da un susto de muerte al abuelo.

-¡Sésamo se está abriendo abuelo, mira abuelo, Sésamo se está abriendo -, dice, gritando, Mateo!

Ante la mirada asombrada de los nietos y más asombrada todavía, del abuelo, una gran puerta, un portalón bien grande, termina de abrirse en la pared de piedra y, para colmo, se hace un estremecedor silencio.

Es la entrada de una cueva, oscura y negra, muy oscura y muy negra, -¿entramos abuelo? -, pregunta dudando Mateo.

-No Mateo, se puede cerrar mientras estamos dentro -, responde firme el abuelo.

-¿Y qué hacemos, abuelo? -, susurra Olivia.

-Marcharnos corriendo, puede salir cualquier cosa mala de ahí dentro -, responde el abuelo que ya está más que muerto de miedo.

Y, al unísono, los tres, el abuelo y los nietos, dan la vuelta y salen corriendo.

Enseguida, resuena otra vez el ruido infernal, es tan fuerte que, no lo pueden evitar, los tres mientras siguen corriendo, vuelven sus cabezas y ven que la puerta, Sésamo, se está cerrando. Se detienen y siguen mirando hasta que la puerta se cierra del todo y se hace el silencio.

El abuelo lo piensa dos veces y, con los nietos de la mano, regresa hasta la piedra lisa, miran y remiran la piedra, no hay ninguna puerta.

El abuelo necesita comprobarlo: -¡Sésamo ábrete! -, dice, y nada, -¡Sésamo ábrete!, repite, y nada.

Olivia, animada lo intenta: ¡Sésamo ábrete! -, y tampoco nada.

-Prueba tu Mateo dice Olivia intrigada -.

Y, Mateo, aunque tiene algo de miedo, muy seguro, se pone firme, mira a la piedra, se prepara para oír el ruido infernal y, gritando, manda: -¡Sésamo ábrete! -.

Y nada, nada de nada; la piedra sigue en su sitio, como si nunca hubiera pasado nada. Otros dos intentos y tampoco pasa nada.

Ahora, Olivia de la mano del abuelo y Mateo correteando alrededor en busca de tesoros,  retoman su paseo para volver a casa.

Y, de pronto, el abuelo, en su cama, se despierta sobresaltado e inquieto, mira el reloj, son las tres y diez de la madrugada, quizá cenó demasiado anoche,  y quizá porque antes dormirse recordó que cuando él tenía cuatro años, en el monte, delante de una gran piedra, su padre le explico que un hombre, si trabaja bien y se esfuerza mucho, pude conseguir cualquier cosa, -¿hasta que se abra la puerta de la cueva de Alí Babá, papá? -, sí, pero es muy difícil, primero hay que trabajar mucho para encontrar la cueva, no se sabe dónde está,  y luego, delante de la puerta que no se ve, recordar, tener valor y decir “Sésamo ábrete”, que son las dos palabras mágicas -.

Y, con una inmensa sonrisa en los labios, el abuelo, pensando de nuevo en sus nietos,  se da cuenta de que esa noche ha vuelto a ser niño y ha tenido un precioso sueño.

Nota: la imagen que ilustra este cuento está adaptada de otra, de Nueva España, tomada de Internet.