Una regla imprescindible, hasta los niños lo saben,
para poder jugar y, también, para poder convivir, es que existan reglas
respetadas por todos los jugadores o, también, por todos los que conviven.
Y, cuando se rompen las reglas, hasta los niños lo
saben, el juego se hace imposible y, también, la convivencia.
Sin embargo, hay niños prepotentes, caprichosos y
malcriados que, saltándose las normas, insultan y, con notable alborozo, ganan a otros niños en
el juego y después, cuando esos otros niños les hacen a ellos exactamente lo
mismo, se enfadan mucho, lloran, se hacen las víctimas y piden auxilio a los
mayores para que castiguen a quienes los han insultado y ganado.
Y hay adultos prepotentes, malcriados y
caprichosos que, saltándose las normas, insultan y, con notable alborozo, ganan a otros niños en
el juego y después, si esos otros niños les hacen a ellos exactamente lo mismo,
se enfadan mucho, lloran, se hacen las víctimas y piden auxilio a quien pueden para que castiguen a quienes los han insultado e intentado ganar
Indudablemente, para que los niños puedan jugar y los
adultos convivir, es imprescindible que quienes quieren jugar, o necesitan
convivir, aunque sean muy listos y guapos, respeten las reglas del juego y de
la convivencia.
Claro que, en estos tiempos, en España, y en todas
partes, hay bastantes niños, y adultos también, prepotentes, caprichosos y
malcriados, que, muy listos y guapos, pretenden, aunque esto sea imposible, que
los demás, niños o adultos, cuando son insultados aguanten, agachen la cabeza,
dejen el campo libre y se marchen a llorar con sus mamás o sus papás.
Por ello, y porque los insultos, como todas las violencias, pueden crecer en espiral, y que de las palabras se pase a las manos y de las manos a los palos, mejor sería que unos y otros respeten las normas y se dejen de insultar.
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