De la mano del trabajo, en estos días he recorrido las buenas carreteras, largas y rectas, de La Serena. He visto muchos olivos, ovejas merinas y montes bajos, volar a las rapaces y corretear a los cerdos negros en inmensas dehesas.
He pasado días intensos en Castuera, he conocido cómo se vive y se trabaja en Cabeza del Buey y he paseado entre los grandes árboles del muy antiguo Santuario de Belén.
He atravesado muchas veces Malpartida y he viajado al recuerdo de Pedro de Valdivia y visto como se trabaja el cuero en Zalamea. He visitado almazaras en Monterrubio y he subido empinadas cuestas, admirando el más allá, de Peñalsordo.
Me he asomado a la tragedia vieja de Pedro Crespo y también he sentido próximo el drama común de Puerto Hurraco.
He visto cómo se hacen pasteles y se prepara el pan, cómo se cablea un vagón de metro, se alquila un local comercial, se buscan clientes para cosidos de calidad, se venden zapatillas Niké, funciona impecable un telar electrónico y cómo se obtiene aceite del hueso de las aceitunas.
He dormido cada noche soñando lo mejor y viendo lo peor del teatro completo de la vida: Amores y odios, generosidad grande, usuras inmensas plenas de avaricia, envidias, diligencia suma y perezas muy añejas. Mucha pobreza y gentes con dineros, con muchos dineros. Humildad y soberbia. Lujuria limpia de disimulo, brotes de grandes iras, admiraciones y desprecios, adulación y malquerencias, fealdad y gran belleza, soledades, enormes soledades, sabores de éxito y melancolías del alma.
En unos días, mirando con los ojos abiertos, el teatro que es la vida, en la transparencia de las gentes, de las buenas gentes de La Serena, he visto una función completa.
Visitar la comarca de La Serena, conocer sus pueblos, pasear sus campos y hablar con sus gentes ha sido un regalo extraordinario dentro de los muchos que me ha dado la vida.