Desde hace años, más de los que recuerdo, la costumbre, de aprovechar cualquier ocasión para observar el rostro de las personas y tratar de aprecias sus actitudes y sus sentimientos. Lo hago en casa, con mi familia y con mis amigos, lo hago en clase con mis alumnos, lo hago en la calle, en el metro y en el autobús, lo hago permanentemente y, hasta ahora con gran frecuencia he podido disfrutar de lo que veo reflejado en el rostro de las gentes.
Sin embargo, en los últimos meses, estoy dejando de ver alegría en la cara de las gentes, cada vez son menos las sonrisas y más los ceños fruncidos, cada vez son más las cabezas agachadas que las miradas abiertas a la alegría de vivir, cada vez hay más expresiones cerradas que ojos iluminados por ilusiones desconocidas.
Cada vez hay son más las bocas cerradas, los pensamientos escondidos y las actitudes defensivas. Cada vez veo menos rostros cargados de alegría.
Mi buen amigo Marcos Rodríguez, predicador dominicano, dice que la alegría es como el agua de una fuente, la vemos sólo cuando aparece en la superficie, pero antes ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. Y creo que tiene mucha razón, la alegría sale de las entrañas del alma, de la ilusión por la vida.
Cuando veo, me parece que veo tantos agujeros en la bolsa de la alegría me preocupo mucho; no se si es que las personas tienen ahora menos felices o soy yo el que, por no tener el alma limpia de miedos, veo menos alegría.
Seguiré mirando y pensando despacio en lo que veo, esperando ver, de nuevo, más alegría.
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