Dentro
del triángulo que marcan Madrigal de la
Vera, Candeleda y Ventas de San Julián, al pie de la Sierra de Gredos,
en tierras de Toledo, en la dehesa, entre encinas centenarias, pastan
pacíficas las vacas, trotan alegres los
caballos, se dejan ver algunas liebres y, como en pocos lugares , se escucha el silencio y se respira paz.
Entre el sol y sombra de la casa nueva de
Huerta de Piedra, hablan unos
viejos, compañeros de colegio, y sus palabras cruzadas entre el hoy y los recuerdos hacen que sus ojos gastados retomen antiguos brillos y
que los
cabellos blancos de estos hombres
se tiñan del negro, castaño y
rubio que tenían cuando eran niños.
Los
viejos que sabiendo mucho hoy lucen todo
y presumen nada, son niños que solo juegan a estar con sus amiguitos. Los caminos que han
recorrido y los futuros que no
comparten, como siempre que se reúnen, hoy, en la paz de Huerta de Piedra, no
existen, Hoy los rostros no tienen arrugas,
los cuerpos no pesan y las almas no tienen historia, el grupo de viejos
es un grupo de niños.
El
lenguaje culto, las palabras medidas, las ideas limpias y las expresiones serenas de estos viejos
llenan el aíre de vivencias perdidas, de dolores y alegrías olvidadas, de lágrimas
comidas, osadas travesuras y muchas
risas contenidas.
Bajo
la mirada buena de Pablo y la atención
generosa de Mercedes, como siempre, las
horas pasan y la estancia de hoy en
Huerta de Piedra, se hace pasado y ha llenado con un nuevo y hermoso
recuerdo la memoria vieja de quienes fuimos y seguimos siendo, amiguitos del colegio.
Gracias
Pablo, gracias Mercedes. Muchas gracias amiguitos todos.