Un
buen amigo me remite un texto que incluyendo, el enlace a la fuente original, http://www.fundspeople.com/ noticias/49865 ,
no me resisto a reproducir.
Su
autor es Xavier Lépine, presidente del Consejo Ejecutivo de La Française AM, que repasa en su
artículo, para quienes no lo saben o no lo recuerdan, el importante historial de impagos de su deuda
por parte de Alemania, y dice así:
Al oír a las
élites de hoy cómo repiten a todos aquellos que quieran escucharles que la
construcción de Europa se ha hecho «al revés» o que el Tratado de Lisboa de
1997 que ratificaba la creación del euro no debió haberse firmado sin la
adopción de un mayor gobierno político – los Estados Unidos de Europa para
algunos o una forma de federalismo para otros –, uno podría cuestionarse la
competencia de nuestras élites de ayer. En todo caso, los criterios económicos y financieros del
Tratado de Maastricht de 1992 tenían que superar el marco de intenciones más o
menos sancionables para constituir unas salvaguardas coercitivas.
Pero reducir los debates políticos y económicos a este único pecado original
de hace 15 años sería tener una memoria muy corta y selectiva. Se
negaría la propia historia de la construcción europea si la redujéramos a una
simple problemática de esfuerzos presupuestarios y de productividad en los
últimos 10 años, con los alemanes virtuosos por un lado y las cigarras de los
países del Sur por otro. Incluso si éste ha sido efectivamente el caso, y el
euro ha facilitado las derivas de unos y los círculos virtuosos de otros, me parece importante recordar hoy la historia
de Europa; los sufrimientos y los esfuerzos realizados por unos y otros, e
inscribir así las dificultades actuales en un contexto de continuidad en la Historia que debería
orientar a los políticos europeos, empezando por nuestros socios alemanes.
Sin remontarse a todas las guerras que
han hecho estragos en Europa a lo largo de los siglos, las posteriores al
inicio de la segunda era industrial ilustran bien los retos económicos y
financieros… y tangencialmente, la gestión de la deuda pública externa. Así, la
guerra de 1870 surgió de la voluntad de Bismarck (Reino de Prusia) de dominar
toda Alemania, que entonces era un mosaico de Estados independientes… empezando
por proponer la candidatura del Príncipe alemán Leopoldo al trono de España,
vacante desde la revolución de 1868, y provocar así a París.
Francia perdió la guerra, volvió a sus
fronteras de 1681, es decir perdió Alsacia y Lorena, que representaban en torno
a un 4% de la población francesa y algo más en términos del PIB, y pagó una
indemnización de guerra de 5.000 millones de francos de oro, equivalente al 20%
del PIB francés (que entonces era igual al alemán). Los alemanes ocuparon una
parte de Francia hasta que dicha deuda fue totalmente pagada en 1873…La Alemania de Bismark
dominó así la Europa
continental durante unos 30 años, alimentando el nacionalismo francés y el
espíritu de revancha, que se fue amplificando hasta 1914.
1914 – 1918, donde la Historia contemporánea empieza a escribirse,
1914 – 1918, donde la Historia contemporánea empieza a escribirse,
Francia, dominada en Europa por
Alemania, desarrolló su imperio colonial para acceder a las materias primeras
que su vecino del este, más industrial, estaba obligada a adquirir a un precio
elevado. Los nacionalismos fueron en aumento. Alemania trató de apropiarse de
materias primas conquistando los Balcanes, Francia seguía humillada por el
Tratado de 1870… el juego de las alianzas, consecuencia de las guerras del
siglo XIX, provocó el resto. El pago de las reparaciones (la «gran» guerra
había tenido lugar únicamente en territorio francés, y el aparato productivo
alemán seguía intacto), que, como es de todos sabido, sería una de las causas
del aumento del nacionalismo alemán y de la II Guerra Mundial, se
fijó en 1921 en 132.000 millones de marcos, es decir, 2,8 veces el PIB alemán
de 1913 (47.000 millones de marcos) y cinco veces el francés, un importe
totalmente irrealista.
Y, como para
Grecia en 2012, la deuda alemana rápidamente se recortó en un 60% y su pago
anual se redujo a 2.000 millones de marcos, equivalente a algo más del 4% del
PIB… un monto que solo se pagó un año, pues a partir de 1923 se declaró una
moratoria. La ingeniería financiera puesta en marcha
entonces para salvar a Alemania no deja de recordar el plan griego (al que, sin
embargo, Alemania se ha opuesto ferozmente durante los últimos dos años).
Charles Dawes (en el que Nicholas Brady
debió inspirarse en la década de los 90 para la restructuración de las deudas
soberanas de América Latina, Europa del Este, África, etc…) propuso reducir las
anualidades y asegurar los pagos anuales mediante una serie de «préstamos
Dawes» emitidos por Alemania a 25 años con un tipo de interés del 7%. Alemania
pagó así una pequeña parte de sus obligaciones emitiendo nueva deuda (pasándose
de 132.000 millones a 50.000, de los que 2.000, y luego 800 millones de marcos
anuales se pagaron efectivamente…). Este importe pronto volvió a resultar
demasiado costoso para Alemania cuando la crisis de 1929 se propagó a Europa.
Una nueva reestructuración, bajo los
auspicios de Owen Young (CEO de General Electric) fue necesaria, y la cantidad
se redujo de nuevo en un tercio, escalonándose el pago a lo largo de 59 años; a
la vez que estas nuevas obligaciones, se emitió el préstamo Young, por un total
de 1.200 millones de marcos al 5,5% con un vencimiento a 35 años, para reflotar
las arcas del Banco Central Alemán…
Finalmente, el primer equivalente del
«banco central europeo», dirigido por el francés Pierre Quesnay, el precursor
de Jean-Claude Trichet, fue creado para seguir estas problemáticas: el Banco de
Pagos Internacionales. Esta nueva
restructuración de las reparaciones volvió a resultar fallida y Francia
renunció en 1932 a
todo pago en concepto de indemnizaciones. Había recibido un 17% de la suma
prevista, equivalente a aproximadamente un año del PIB francés (siete meses del
PIB alemán) escalonado en 10 años… ¡lo que permitió a Francia tener un
superávit presupuestario de 1926
a 1929!
Sin embargo, la historia de la deuda
alemana y, por ende, de la ayuda –también involuntaria – de sus acreedores no
termina ahí. Los préstamos Dawes y Young seguían vigentes y a partir de 1934,
con la llegada al poder de Hitler, sumada a las verdaderas dificultades
económicas, cesaron los pagos de las obligaciones. Diecinueve años más tarde, en 1953, se firmó un nuevo tratado con los
alemanes y se canjearon los préstamos Dawes y Young por otros nuevos con una
quita del 40% (no comment…), que se reembolsaron en 1969 y 1980,
respectivamente… 50 años después de su emisión y con un tipo de interés
reducido (en torno al 5% frente a una inflación del 10%) sobre un principal
amputado en un 40%.
Nueva ironía de la historia alemana y
su deuda
Aunque los acuerdos de 1953 preveían,
el pago de los importes debidos hasta 1945, la RFA rechazó abonar los intereses impagados sobre
estas obligaciones debidas por Alemania en el periodo 1945-1952. El argumento
era que la RFA no
iba a pagar sola unas cantidades que también correspondían en parte a la RDA. Por consiguiente,
una cláusula preveía que solo se pagarían en caso de reunificación alemana…
Así, en 1990 Alemania reanudó los
pagos, emitiéndose unos nuevos certificados representativos de los intereses
impagados a un tipo del 3% (cabe recordar que los tipos eran de más del 10% en
la época), cuyo importe principal se reembolsó el 3 de octubre de 2010, casi
100 años después de la guerra… y en un momento en que los malos deudores ya no
eran la Alemania
virtuosa (que pagaba 90 años más tarde un parte exigua de su deuda), sino
algunos de sus antiguos acreedores, que mientras tanto se habían endeudado
fuertemente.
Para complicar un poco más este cuadro
histórico, las relaciones greco-germanas tampoco han sido de las más fáciles.
La conferencia internacional de 1946 condenó a Alemania a una indemnización de
7.000 millones de dólares en concepto de los perjuicios causados a Grecia por
la ocupación alemana de 1941
a 1944. Alemania nunca pagó este importe por tres
motivos oficiales: la creación de la
RFA en 1949, y por consiguiente, la discontinuación del
Estado; la reunificación alemana de 1990, que fue reconocida por Grecia y
equivalió a un «tratado de paz»; y por el hecho de que Atenas recibió después
de la guerra unos pagos en especie en forma de «máquinas y materiales retenidos
a la Alemania
nazi (¿panzers?)
¡Grecia debería proponer pagar a los
alemanes en forma de estancias en las islas y en aceite de oliva! A ello se
añade otra razón: la guerra civil griega y la lucha contra el comunismo tras la II Guerra Mundial, que
eran unas preocupaciones mucho más apremiantes que reclamar indemnizaciones a
un país que había destacado por no respetar este tipo de compromisos en la
guerra anterior. Solo incrementándolos por la tasa de inflación, 7.000 millones
de dólares de 1946 equivaldrían a 80.000 millones de dólares en nuestros días…
Mi intención
no es retomar el eslogan de los años 20 de «Alemania pagará», ni de sugerir a
los griegos que declaren la independencia del Peloponeso o a los españoles la
de Cataluña, sino de recordar que la creación de Europa se ha realizado sobre
las cenizas de las destrucciones masivas y los genocidios de las guerras
europeas. El «nunca
jamás» de la I Guerra
Mundial no pudo materializarse debido al aumento de los nacionalismos, surgidos
a su vez de las crisis económicas y de la voluntad equivocada de las naciones
de hacer pagar a unos pueblos unas sumas imposibles, fueran estas legítimas o
no. Los países que firmaron el
Tratado de Lisboa que creaba el euro no tenían ninguna pistola en la sien, y
nada les obligaba a hacerlo, salvo el deber de memoria y la voluntad de una paz
duradera en una Europa unida.
Parece evidente, a posteriori por
supuesto, que los diferenciales de competitividad entre los países no permitían
la creación de una moneda única sin unos procesos de ajuste, sea
presupuestarios, de transferencias o sociales. Y si en un primer momento fueron los países más débiles los que más se
beneficiaron del euro a través de la deuda, son igualmente estos países los que
ahora pagan los costes de una construcción europea exigida por los conflictos
que no han cesado de oponer a las dos grandes naciones europeas. Es
cierto que los alemanes han tenido un gran rigor en este proceso, pero
actualmente son otros países, tal vez indebidamente más ricos, que sufren el
peor de los males: el desempleo.
Sería moral, económica y financieramente injusto y perjudicial que los dos grandes artífices de Europa no reparen los errores de concepción de un sistema que engendraron debido a las propias guerras que los enfrentaron. Cuando François Mitterrand y Helmut Kolh se recogieron en 1984 en el cementerio de Douaumont sobre las víctimas de estas guerras pensando en la Europa que debían construir, no era en absoluto para crear un sistema que llevaría, con la primera conmoción recesionista mundial, a unas tasas de paro del 25% en los países más frágiles de esta Europa, que todos deseamos unida y sólida en razón de su propia unión.
Sería moral, económica y financieramente injusto y perjudicial que los dos grandes artífices de Europa no reparen los errores de concepción de un sistema que engendraron debido a las propias guerras que los enfrentaron. Cuando François Mitterrand y Helmut Kolh se recogieron en 1984 en el cementerio de Douaumont sobre las víctimas de estas guerras pensando en la Europa que debían construir, no era en absoluto para crear un sistema que llevaría, con la primera conmoción recesionista mundial, a unas tasas de paro del 25% en los países más frágiles de esta Europa, que todos deseamos unida y sólida en razón de su propia unión.
Es una lástima que sus sucesores
parezcan sufrir de una amnesia selectiva, y tal vez se tenga que achacar más a
la competencia de nuestras élites de hoy que a la de las de ayer. Cien millones
de personas, equivalente a un tercio de los europeos actuales, fue el número de
muertos en las dos guerras mundiales; el coste de construir Europa habrá salido
por unos 10.000 euros por vida perdida, o unos 3.300 euros por europeo, lo que
finalmente no es un precio muy alto para vivir en paz en una prosperidad común
recobrada, que situaría a Europa en el mismo nivel que los Estados Unidos y
China.
Esta Europa de la «cuenta conjunta» sufre
unas disfunciones graves de gran complejidad, pero el Tratado de Lisboa, que no
preveía la salida del euro, se aproxima conceptualmente al matrimonio en
régimen de comunidad universal, donde los patrimonios se unen sin distinción de
origen, a diferencia de la comunidad reducida a la sociedad de gananciales o la
separación de bienes.
Puesto que la
salida de un país del euro no estaba prevista jurídicamente, el país saliente
estaría condenado a indemnizar fuertemente a sus socios por incumplir un
tratado internacional… y la historia volvería a empezar, comenzando por Grecia,
que viviría una situación comparable a la de Alemania tras la I Guerra Mundial de
hiperinflación, recesión, pobreza y desempleo prolongado. Los más débiles se han vuelto
adictos a los déficit y a la deuda que los más fuertes han facilitado, en una
situación de guerra moderna que es económica, mundial y no declarada. Ahora es
el momento de demostrar que Europa fue creada precisamente para responder a
esta situación.
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