Para mi termina el mes de enero de
2013 con una muy feliz noticia.
En una ciudad española, la Audiencia
Provincial ha fallado “absolver de delito contra la
salud pública, extorsión y de las cuatro faltas de lesiones de los que viene
acusado por el Ministerio Fiscal” a un muy buen amigo.
Conocí a mi amigo no se si en 1978 o en 1979 ,
cuando él comenzaba la que sería luego una
valiosa carrera profesional y , durante
los treinta y cinco años que han transcurrido desde entonces, hemos mantenido una muy buena relación,
profesional en los primeros tiempos y más tarde también personal.
Además, mi amigo, al que siempre he
admirado por la generosidad de sus actitudes, la limpieza de sus criterios y la honestidad de sus comportamientos personales y familiares, es un magnífico líder y
un claro ejemplo de lo que es el buen desempeño de
puestos complejos y de alta responsabilidad en el mundo empresarial.
Es decir, mi amigo es una persona normal, de esas que ni ella ni nadie de quienes la conocen
puede pensar que va a sentarse en el banquillo de los acusados en un proceso penal.
Y ahora, un resumen de una
terrible y acaso absurda historia que ha
durado casi seis, sí, seis largos y terribles años:
En el mes de marzo de 2007, conduciendo su coche,
con su mujer y alguno de sus hijos, a la
entrada de la ciudad, fue detenido y
trasladado, con el despliegue de medios
que se usan en estos casos, a dependencias policiales y encerrado en un calabozo.
Muchas horas más tarde supo la causa
de su detención: Era sospechoso de haber cometido varios delitos: Atentado
contra la saludo pública, extorsión y lesiones.
Días antes, en un establecimiento
comercial, se había encontrado un
anónimo, muy mal escrito por cierto, en
el que se comunicaba a la empresa que tenía, en uno de los lineales de
alimentación, dos botellas de refresco, marcadas con una señal,
que estas contenían veneno y que la
dirección de la empresa debía ponerse en contacto con los autores del anónimo a
través de un número de teléfono que debía ser insertado, junto al nombre de la empresa, en un periódico local,
para proceder al pago de dinero. Además,
en otros establecimientos de la misma empresa, fueron compradas por sus
clientes botellas envenenadas que causaron lesiones, afortunadamente no
graves, a cuatro personas.
Y, aquí viene la razón de la presunta implicación de mi amigo en esos
delitos: Una tarde, después de comer, vio
en el periódico local un raro anuncio en el que junto al nombre de uno de sus más importantes clientes aparecía,
sin más datos, un número de teléfono. Con
el comportamiento de una persona muy meticulosa en todo cuanto interesa a sus
clientes, mi amigo llamó, desde su teléfono móvil, al número del anuncio y, muy sorprendido por la forma de contestar
la llamada, colgó sin decir nada. Luego, cada vez con mayor curiosidad, volvió
a llamar tres veces, recibiendo siempre respuestas extrañas y manteniendo él su
silencio. Luego, me explicó después, en ese momento se propuso comentar el tema con su cliente y siguió
leyendo el periódico.
Por supuesto, el anuncio era un anzuelo de la policía en la investigación de
los delitos contra la salud pública, extorsión y lesiones, antes relatados.
Mi amigo, a partir del día de su
detención y de los registros policiales de su domicilio, de su residencia en el
campo y de su despacho en la empresa, comenzó un no vivir. Durante largo tiempo
tuvo prohibido salir de la ciudad sin permiso de la autoridad judicial y estuvo obligado a presentarse cada semana, buscar un abogado criminalista, acudir a declarar en repetidas ocasiones, y
padecer la angustia del hombre honesto que está procesado por hacer cometido
delitos y nada puede hacer para demostrar
que no ha hecho aquello de lo que se le
acusa de haber hecho. Y todo ello manteniendo la responsabilidad de gestionar
una empresa muy importante y conocida en
la ciudad.
Cualquier persona puede imaginar la tortura que ha sido para mi amigo y para su mujer, al igual que lo hubiera sido para cualquier
otra persona decente, y para toda su familia, ver que pasan los días, los meses y los años,
viviendo en una ciudad en la que se es
bien conocido, sin poder hacer otra cosa
para demostrar la propia inocencia que esperar
a que un tribunal te absuelva de unos delitos que no has cometido o, lo siempre
podría ocurrir, ese tribunal acepte las tesis del Ministerio Fiscal y te condene siendo inocente.
Afortunadamente, la Audiencia Provincial ,
luego del juicio oral, solo ha necesitado cuatro días para dictar la sentencia
que absuelve a mi amigo de unos delitos que nunca ha cometido.
Atrás quedan los seis años de terrible tortura ha sufrido, en silencio y confiando siempre en la Justicia , mi amigo, su mujer, sus hijos y toda su familia. Ahora solo tienen que hacer
un nuevo y gran esfuerzo: Olvidar todo lo que han pasado, todo lo que han visto,
han aprendido y todo lo que han sufrido en estos
largos años; y han de olvidar porque es imposible vivir mientras está en el pensamiento el mal.
Para mí, el comportamiento de mi
amigo, de su mujer, de sus hijos y de su familia, y muy especialmente su
honesta confianza en la Justicia ,
es una muestra más, acaso la mayor, de
la honorabilidad y la hombría de bien de mi buen amigo y de su familia.
Y, por supuesto, es una enorme
tranquilidad y un gran respiro, ver que, a pesar de la muy mala imagen que han conseguido algunos jueces para la Justicia ésta, aunque sea lenta, sabe hacer y hace, como lo ha hecho en este
caso la Audiencia
Provincial , justicia.
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