El caudillo bolivariano Hugo Chávez Frías, a los 58 años de
edad, en un hospital de Caracas, tras 14 años en el poder absoluto, ha muerto.
Sin lugar a dudas es un acontecimiento histórico para
Venezuela, para América y
acaso para muchos países del mundo.
Sin entrar en sus
dotes personales, extraordinarias sin duda, en su pensamiento político,
en sus ideales socialistas ni tampoco
en lo que ha conseguido, mucho o
poco, en el ejercicio del poder, pienso
que, al igual que la mayor parte de los dictadores (Hitler, Stalin, Mao, Franco, Musolini, Cesar o Castro) ha
despertado, en los suyos, inmenso aprecio
y en sus enemigos desprecio, animadversión e incluso el
odio más profundo.
Aún es imposible conocer la herencia que deja Hugo Chávez
Frías en Venezuela. Tampoco sabemos qué quedará mañana de su obra, ni si
sus ideas durarán lustros o se apagarán en cuatro días, como se han apagado las que
alumbraron los años de poder absoluto de tantos y tantos dictadores del pasado.
Hoy, sus partidarios, millones de venezolanos llenos de pena,
lloran la muerte de Hugo Chávez y viven la tristeza
llenos de miedo y esperanza, mientras tres
o cuatro presidentes se disputan
sucederle en el liderazgo del Alba.
Y al mismo tiempo, hoy, otros millones de venezolanos, sin
pena alguna, disimulan su alegría, llenos también de miedo y esperanza,
mientras otros presidentes americanos sueñan la desaparición para siempre
de la memoria de Hugo Chávez, de su
poder y su liderazgo.
Han pasado muchos años desde que en noviembre de 1975 vi, a
la muerte de Franco, parecido dolor, parecido miedo y parecida esperanza a la
que sienten hoy los venezolanos y pido a Dios, como rezábamos entonces los españoles y Hugo
Chávez Frías en sus últimos días, lo mejor para
los venezolanos y para Venezuela.
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