En Majadahonda, la ciudad en la que vivo, hay un parque, el de La Laguna ,
que continúa, bajando por el
bulevar de una Avenida, la del Arzobispo, que se
prolonga a través de varios estupendos parques, hasta el gran espacio de monte bajo que, hoy por
hoy sirve de solaz a los majariegos que
gustan de los placeres y rigores del campo.
Pues bien, los políticos municipales han tenido a
bien, en estos tiempos de crisis,
mejorar el parque y el
bulevar que, sin duda alguna, merecían la corta inversión de treinta y tantos millones de pesetas (lo siento, pero no recuerdo la cifra exacta).
Así, a lo largo de un par de meses, trabajando bien
y a la vista de los vecinos y viandantes, operarios diligentes han levantado suelos, movido tierra, enterrado conducciones,
construido alcorques, colocado bancos de
madera, aparatos para disfrute de viejos y niños, puesto farolas, renovado
adoquines y losetas, también han plantado césped y han colocado una valla de
alambre alrededor de los más de mil
metros que circundan el parque y el bulevar.
Visto desde fuera, al pasar alrededor del parque
por una acera estrecha, al lado de los hierros sueltos de la valla que pugnan
por dañar los ojos de los niños y las piernas de los adultos, la obra, desde
hace ocho días parece terminada y cuando, según dice algún vecino, quienes la
hicieron entregaron en su plazo, la obra al ayuntamiento.
Claro que las buenas obras, a veces, son una cruz
para quienes las impulsan, para quienes las hacen, para quienes las padecen, para quienes
de ellas se benefician y, especialmente, para quienes las pagan.
Así, como las vallas que cierran el parque y el
bulevar obligan a los viandantes a subir y bajar la Avenida y rodear el parque
por aceras incómodas, estrechas y
empinadas, los vecinos comienzan, algunos a murmurar y otros a protestar: Hace
dos o tres días apareció, colgada de la valla, una pancarta, muy bien hecha por
cierto, en la que se acusa los políticos municipales de malgastar el dinero y
se insinúa que son corruptos; evidentemente, la pancarta, ya desaparecida, ha
dado y sigue dando, origen a mil cábalas
sobre las razones por las que el bulevar y el parque se mantienen cerrados a
pesar de que parece que están ya
terminados.
Y claro, cada vez que veo la obra terminada, tan
bonita, con sus luces encendidas, y las
vallas bien puestas, mientras con mi perra,
bajamos y subimos sorteando obstáculos por la
acera, pienso y con un conato de mal humor me pregunto si nuestros
munícipes no quitan de una vez las
vallas ¿será por desidia, ignorancia,
prepotencia, nada de eso o algo peor?
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