domingo, 6 de marzo de 2016

722. AYER, SE CASARON ROCÍO Y JORGE, MIS SOBRINOS

Solo  para sentir la fuerza del amor y la continuidad de la vida,  aun sin invitación, vale  la pena asistir a la celebración de una boda. En el presbiterio de una iglesia, en  la sala de un juzgado, o ante  el altar  de  las bodas celtas, cuando, antes de recibir la bendición del  oficiante, sacerdote,  juez de  paz  o madre  druida,  los  novios se miran al darse el sí, siempre se desprende de ellos un resplandor del amor que llena el espacio y penetra en los corazones de quienes asisten a la boda.

Y, cuando, como ayer, quienes celebran su matrimonio,  quienes se casan, son miembros de la familia, la intensidad de sus sentimientos, estalla en el corazón y llena el alma de  quienes les queremos.

Ayer, en la boda de Rocío y  de Jorge, mis sobrinos, al  calor de  una boda grande, con  la  iglesia iluminada, los  ritos  de siempre,  trajes  de ceremonia,  los rostros emocionados y los oídos alerta, resonaron  sus palabras de compromiso eterno.

Ayer, en la boda de Jorge y Rocío, los novios, con su felicidad, más allá de lo solemne y de lo festivo, me regalaron, nos regalaron a todos,  el  sentir de  su  amor, el inmenso regalo de Dios que es  vida y prolongación de la vida.

Rocío y Jorge,  felices y enamorados, ayer comenzasteis  vuestra  vida de casados, por ello, con todos los vuestros,  pido a Dios  y os deseo de corazón que  lo que  ahora sentís  sea la   llama  que alimente una gran  hoguera de amor en la que viváis por  siempre. 

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