Quizá porque nuestra fe en Europa es casi absoluta y acaso también porque estamos embebidos en la espera de unas elecciones que, de una manera u otra, deben poner fin a la incertidumbre política, los españoles, a distancia
y sin preocupación, asistimos
como invitados de piedra, a los prolegómenos del referéndum que, el día
23 de este mes, se celebrará en el Reino Unido para decidir su
permanencia o su salida de la Unión Europea.
Gran Bretaña es aproximadamente
el 20% la economía y de la población europea, más o menos lo que Cataluña representa en España, es decir, una parte muy importante de
nuestras fortalezas y, sobre todo, de nuestra capacidad y de
nuestro potencial para afrontar el futuro en el entorno de una economía globalizada. Por ello, sin duda
alguna, la sola posibilidad de que se produzca
el Brexit tendría que tenernos con el alma en vilo.
Pero, aún siendo esos aspectos de la permanencia del Reino Unido tan importantes
para Europa (y para nosotros), mucho mayor es la relevancia de la presencia británica en los marcos sociológicos y políticos de la configuración actual y futura de la Unión Europea y , como consecuencia,
de la convivencia entre las naciones y
entre los ciudadanos de las naciones europeas.
En momentos tan difíciles como el que ahora vive Europa, debemos recordar que la CEE, el Mercado Común como precedentes
y la actual Unión Europea, han sido el gran instrumento que nuestros líderes descubrieron, crearon y desarrollaron con éxito, para evitar, después de que sufriéramos dos
guerras en el siglo XX, nuevas
matanzas entre europeos.
Y, no solo eso, aunque la mayor parte de quienes vivimos en este
continente no lo recordemos, solo a partir de los
años sesenta en los países occidentales y de ahora mismo en los orientales , gracias a la existencia de la Unión Europea, hemos
podido superar, con gran éxito, el
autoritarismo, la pobreza endémica , las
constantes tensiones sociales, el mayor de los fanatismos
y la inmensa violencia crónica de nuestras sociedades.
Sin embargo, cuando la situación global de Europa se está deteriorando, cuando las
circunstancias en que vivimos se
asemejan cada día un poco más a las que,
en los años treinta del Siglo
XX, nos llevaron a la guerra civil en
España y
a la mundial en Europa, a los
males que nos acechan se ha sumado la locura de poner en riesgo la Unión
Europea.
Hoy, cuando asistimos al retorno
del fascismo, disfrazado de populismo de derechas y de izquierdas, cuando los valores de la democracia son puestos el
duda, cuando el sistema de libre
mercado y la propia existencia de la Unión Europea son
cuestionados por los líderes fascistas europeos, Gran Bretaña, que en el pasado ha sido la barrera frente al totalitarismo y la gran defensora de la
democracia, por obra de la mezquindad de un grupo de políticos ingleses, sí,
solo ingleses, se dispone ahora a
decidir si quiere seguir cumpliendo su gran papel en Europa o si quiere, con su
salida de la Unión, poner en riesgo cierto el progreso y el mantenimiento de la paz, sí, de la paz, en Europa y también, con seguridad,
en Gran Bretaña.
Europa, es cierto, tiene enormes problemas, pertenecer a la Unión tiene muchos
inconvenientes, pero si, comenzando por
el Reino Unido, comienzan a abandonarla
otras naciones, con altísima probabilidad, Europa habrá
entrado en el mismo camino que, tantas veces en el pasado, nos ha
llevado a vivir en el infierno.
Nota:
Ahora mismo me preocupa y me
espanta que la extrema izquierda gane las elecciones de junio y gobierne en España, pero de un mal gobierno, aunque sea
costoso, se sale. Ahora bien, si los
británicos salen de la
Unión Europea no creo que ese mal pueda repararse.
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