Hay días, semanas quizá, en que no
una sino varias veces tropiezas con la muerte y el daño duele.
Entre la tarde del lunes y la noche
de hoy, viernes, he escuchado las palabras de dolor de una mujer sintiendo marchar
ante sus ojos la vida de su hijo; he
visto a un hombre, en un mar de
lágrimas, mirando sin ver a su mujer
próxima ya del todo a la muerte; y he sentido en mis manos el cuerpo
vivo de otra mujer, ¡pobre!, que hoy ha
perdido a su marido.
Sí, es muy duro tropezar y volver a tropezar con la muerte y hoy, esta
noche, siento que he vuelto a ese mar, mi mar, de niebla entre blanca y luminosa, en el que
tantas veces entro y me muevo seguro del brazo de mis propios muertos. Pero
hoy no importa, siento que, porque triste y cansino, he recorrido antes el mismo camino, en esta semana y hoy, para un hombre y dos
mujeres he sido signo y señal de por donde hay una senda por la que podemos caminar los que
nos sabemos perdidos.
Y sí, tienes que gritar, porque es verdad, para ayudarlos, que hay que
estar contentos por lo que hemos tenido…y volver a gritarlo y gritarlo de nuevo, para volver a creerlo,
cuando regresa el eco de las propias
palabras.
Pero, al final, en la noche de este viernes, a solas con mi mujer, hablamos
de lo que nos importa, sonreímos y, como siempre, nos alegramos por la fortuna
que hemos tenido al haber nacido, habernos encontrado y habernos querido.
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