CASTELLONET DE LA CONQUESTA
El valle, con las montañas afiladas, las laderas limpias hasta más
de la mitad y luego los bancales.
Naranjos y naranjos, de
cuando en cuando un almendro, una higuera o un aguacate; cañaverales pequeños
con varas altas y algunas zarzas con moras negras y rojas blindando los caminos que recorren y delimitan fincas.
Un chopo alto y frondoso marca el cementerio y, al final, donde las
paredes de arbustos y piedras limpias dejan un hueco semicircular, las nubes se
juntan con el mar.
El cielo, azul manchado, empuja soplos de aire cálido que llegan limpios para abrasarme el rostro mientras escucho la mezcla de los gritos, añadido de vida que, incansables, dan los niños.
Y, amando mucho, sin tristeza,
casi con alegría, como siempre que, apoyado en el bastón, me detengo para tomar fuerza en mi paseo, siento cerca el recodo que anuncia el final del recorrido.
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