Cuando en el siglo XIX, en una guerra civil, murió el Imperio
Español, en su inmenso territorio nacieron una pléyade de nuevas naciones,
todas nuevas, que tuvieron, necesariamente, para supervivir en sus nuevas
fronteras, que inventarse: México, Perú, Colombia…y España, fueron “entidades
nuevas” que, aunque su cultura era la misma y heredaban tierras, bienes y
habitantes del Imperio, “políticamente” quedaron separadas y eran distintas.
Incluso, durante todo el siglo XIX, en todas las nuevas
naciones, en su proceso de construirse como “patrias” para sus habitantes, el
caos de la muerte del Imperio se prolongó en el desastre de más guerras civiles, asonadas
militares y sangrientos intercambios de territorios. Y no hace falta recordar la
parte del Virreinato de Nueva España que perdió México a manos de sus vecinos del
norte; la costa del Pacífico que dejó de ser Bolivia; la difícil historia de Panamá, Costa Rica, Guatemala
o República Dominicana…sin olvidar que también España tuvo varias guerras civiles
y perdió Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Así, ciertamente, México, Bolivia o Colombia son, lo mismo
que España, naciones nacidas del Imperio
y exactamente iguales, en todo o en nada si queremos, herederas de la esencia y
de las responsabilidades del pasado, del presente (queda la cultura), o del
futuro, si lo hubiera, del Imperio.
Bien es verdad que lo que desde el siglo XIX es España, en
el reparto de los nombres se quedó, acaso porque nadie lo reivindicó, con el
nombre “España”, el solo hecho de mantener el nombre hizo nacer en los
españoles de España y en los españoles de las Españas, dos muy falsas ideas, perjudiciales para todos: la primera
idea era que la nueva España era lo que quedaba del Imperio Español y, la
segunda, que el antiguo Imperio había
sido “posesión” de un dueño, de España;
estas dos grandes falacias han generado y siguen generando, además de otros
muchos males, estúpidas arrogancias.
Y, ahora en relación con el título de esta entrada, Del
perdón que todos nos debemos, decir que creo, con algo de tristeza, que
aunque lo pida el actual presidente de México,
España, y no por orgullo, no tiene derecho, no puede, pedir perdón por nada del
pasado del Imperio. Pero, también firmemente,
creo que los actuales españoles de
España, los actuales mexicanos y el resto de los que descendientes de los españoles
que vivieron en el Imperio, sí tenemos
que pedir perdón, pedirnos perdón y perdonarnos, primero por los muchos males que hicieron y sufrieron nuestros
abuelos y, en segundo lugar, porque nuestros abuelos no fueron capaces de
mantener, contra los enemigos anglosajones y franceses, un próspero y poderoso Imperio y, en tres generaciones, dejar
de ser mucho y pasar a ser nada en el
concierto de las naciones.
Finalmente, para terminar esta ya muy larga entrada, decir
que lo que he escrito en ella no es algo improvisado o casual, es fruto de mi actual
dedicación: desde el día 28 de junio, cuando se me ocurrió la idea, estoy
escribiendo la que muy probablemente será mi última novela, un viaje alocado entre
los restos de los cientos, quizá miles de páginas que he leído, los también miles
de imágenes que han llenado mis ojos; las palabras, incontables, que he escuchado de personas
amigas y los sentimientos, tantos y encontrados, que a lo largo de los años se han ido instalando en los recovecos de mí ya muy llena, gastada, dolorida y apasionada memoria,
sobre el ayer, el hoy y el mañana del Imperio Español. Espero que en unos meses
pueda compartir la novela con mis muchos y muy queridos amigos de todas las Españas.
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