viernes, 1 de octubre de 2021

968. DEL PERDÓN QUE TODOS NOS DEBEMOS

 

Cuando en el siglo XIX, en una guerra civil, murió el Imperio Español, en su inmenso territorio nacieron una pléyade de nuevas naciones, todas nuevas, que tuvieron, necesariamente, para supervivir en sus nuevas fronteras, que inventarse: México, Perú, Colombia…y España, fueron “entidades nuevas” que, aunque su cultura era la misma y heredaban tierras, bienes y habitantes del Imperio, “políticamente” quedaron separadas y eran distintas.

Incluso, durante todo el siglo XIX, en todas las nuevas naciones, en su proceso de construirse como “patrias” para sus habitantes, el caos de la muerte del Imperio se prolongó en el  desastre de más guerras civiles, asonadas militares y sangrientos intercambios de territorios. Y no hace falta recordar la parte del Virreinato de Nueva España que perdió México a manos de sus vecinos del norte; la costa del Pacífico que dejó de ser  Bolivia;  la difícil historia de Panamá, Costa Rica, Guatemala o República Dominicana…sin olvidar que también España tuvo varias guerras civiles y  perdió Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Así, ciertamente, México, Bolivia o Colombia son, lo mismo que España,  naciones nacidas del Imperio y exactamente iguales, en todo o en nada si queremos, herederas de la esencia y de las responsabilidades del pasado, del presente (queda la cultura), o del futuro, si lo hubiera, del Imperio.

Bien es verdad que lo que desde el siglo XIX es España, en el reparto de los nombres se quedó, acaso porque nadie lo reivindicó, con el nombre “España”, el solo hecho de mantener el nombre hizo nacer en los españoles de España y en los españoles de las Españas, dos muy  falsas ideas, perjudiciales para todos: la primera idea era que la nueva España era lo que quedaba del Imperio Español y, la segunda,  que el antiguo Imperio había sido “posesión” de un dueño, de España; estas dos grandes falacias han generado y siguen generando, además de otros muchos males,  estúpidas arrogancias.

Y, ahora en relación con el título de esta entrada, Del perdón que todos nos debemos, decir que creo, con algo de tristeza, que aunque  lo pida el actual presidente de México, España, y no por orgullo, no tiene derecho, no puede, pedir perdón por nada del pasado del Imperio. Pero,  también firmemente,  creo que los actuales españoles de España, los actuales mexicanos y el resto de los que descendientes de los españoles que vivieron en el  Imperio, sí tenemos que pedir perdón, pedirnos perdón y perdonarnos, primero  por los muchos males que hicieron y sufrieron nuestros abuelos y, en segundo lugar, porque nuestros abuelos no fueron capaces de mantener, contra los enemigos anglosajones y franceses, un próspero y poderoso Imperio y, en tres generaciones, dejar de ser mucho  y pasar a ser nada en el concierto de las naciones.

Finalmente, para terminar esta ya muy larga entrada, decir que lo que he escrito en ella  no es  algo improvisado o casual, es fruto de mi actual dedicación: desde el día 28 de junio, cuando se me ocurrió la idea, estoy escribiendo la que muy probablemente será mi última novela, un viaje alocado entre los restos de los cientos, quizá miles de páginas que he leído, los también miles de imágenes que han llenado mis ojos;  las palabras,  incontables, que he escuchado de personas amigas y los sentimientos, tantos y encontrados, que a lo largo de los años  se han ido instalando en los recovecos de mí  ya muy llena, gastada, dolorida y apasionada memoria, sobre el ayer, el hoy y el mañana del Imperio Español. Espero que en unos meses pueda compartir la novela con mis muchos y muy queridos amigos de todas las Españas.



No hay comentarios: