Hace algunos días mi nieta Mariana me regaló sus ideas para
escribir diez cuentos, y, aquí está, podría haber muchos más, el segundo de ellos.
EN LA CUEVA DE LOS MURCIÉLAGOS
Las cuatro primas, Curris, Coti, Mariana y Olivia, en el
cuarto de jugar, sentadas en la alfombra y hablando muy bajito, estudian
cuidadosamente la llave que Olivia ha recogido del suelo en el mercadillo
medieval de las fiestas de Majadahonda. No es muy grande, pero tampoco es
pequeña, más o menos como el dedo meñique del abuelo; es antigua, de metal amarillo,
parece pero no es, seguro, de oro, dice Curris después de compararla con
la cadena y la medalla que lleva en su cuello; la llave es pesada, en un extremo, en el que entra en la cerradura, es cuadrada y en
el otro tiene un agujero para colgarla de una cuerda o, esto lo dice Olivia, en
una casita de llaves como la que hay en su casa y añade: ¿será la llave de
Barba Azul?-, -no, no tiene manchas de sangre -, afirma Curris que, porque
tiene diez y ya es mayor, se sabe muy
bien el cuento. Y Coti piensa en alto: -
¿será una llave mágica? -, -no hay llaves mágicas - , contesta Mariana que,
cuando sea mayor quiere ser científica.
Dan vueltas y más vueltas a la llave dorada, hacen todas
las cábalas, y, cuando ya están cansadas, Curris se da cuenta: -es como la
llave del arca, vamos a probarla. Salen las cuatro del cuarto y, en el pasillo
ancho, antes de llegar al cuarto del abuelo, está el arca. Es grande, de madera
brillante, tiene herrajes de hierro y una cerradura con un agujero para la
llave en el centro. Y no lo dudan, Olivia,
que no suelta la llave, la mete en la cerradura y, como si nada, suavemente, encaja
en su sitio; Olivia, casi sorprendida, se detiene un momento, mira a sus primas,
estas asienten, y ella lo hace; gira
despacio la llave a la izquierda, no se mueve, la gira a la derecha y, ¡silencio!,
¡que susto! el pasillo se queda a oscuras, es como una cueva; ¡qué miedo!, se
abrazan las cuatro¸ -hay una luz muy lejos - , dice Coti que tiene los ojos
abiertos.
Han gritado mucho, pero solo han contestado los eco lejanos
y apagados de los finales de sus gritos
y luego, silencio un rato largo, al
menos un minuto pero muy largo. Y, muertas de miedo, en la oscuridad, abrazadas
las cuatro, sienten sus cuerpos temblando, Curris que es la mayor, cree que tiene que hacer algo, lo piensa un poco y
dice en alto -acordaos chicas de lo que decía la abuela: ¡Dios solo da mocos a
quienes tienen pañuelos! -Yo no tengo mocos -, contesta Coti dolida -, -yo solo
estoy llorando -, jipia Olivia; -y yo no
tengo pañuelos -, afirma con seriedad Mariana. - ¡Que no, que no!-, explica muy
seria Curris, - que lo que quería decir la abuela es que los problemas siempre
tienen solución, y que solo hay que buscarla con energía y decisión -.
Lo que ha dicho Curris ha cambiado el ánimo de las primas, sienten
que son super heroínas y, agarradas de
la mano, primero muy despacio y luego más deprisa, caminan en dirección a la
luz lejana que guía sus pasos, es como si ellas fueran pastores y la luz la
estrella de Belén. Al cabo de otro rato la luz sigue lejos, en el mismo sitio,
y ellas, muy cansadas, nuevamente se
llenan de miedo. - Está muy lejos y tengo mucho miedo -, dice, casi llorando,
Olivia; se detienen, se sientan en el suelo y está frío, tan frio que,
ateridas, se levantan y, para no congelarse, corren hacia la luz, como descosidas, huyendo
del frío y de tres murciélagos que vuelan, amenazadores, a su alrededor. Al rato,
en su carrera, ven, tenue al principio, que la claridad llena el espacio y,
cuando se dan cuenta, se detienen asombradas, están en el centro de una inmensa cueva, no,
no es una cueva, en las paredes y en el techo cuelgan tapices, cuadros muy
negros, el suelo es de cuadrados blancos y negros, y, frente a ellas, en alto, un gran sillón, como todo, negro, que tiene detrás
un espejo peor que negro, negrísimo; es como estar en el salón del trono del palacio de una reina de
cuento, mágica y tenebrosa.
Apenas se han dado cuenta de donde están y antes de que
volviera el miedo, el salón se llena con una voz profunda y, también algo tenebrosa:
-¿Qué hacéis aquí vosotras, niñas ignorantes, imprudentes, osadas y atrevidas?¿Quién
os ha dado permiso para entrar en mi palacio?
¿Por qué alteráis mi reflexión y mi descanso?, vamos contestad niñas,
¿es que os ha comido la lengua un gato?
- Esta es Olivia, esta Mariana, esta Coti y yo soy Curris
-, afirma, asombrada porque no siente miedo, mientras busca con la mirada a la dueña de la voz profunda y algo tenebrosa,
-es que Olivia encontró una llave dorada,
la probamos en el arca del abuelo y, debe ser mágica, sin darnos cuenta
estábamos encerradas dentro; nos pusimos a caminar y aquí estamos Señora -.
Del espejo negrísimo, con gran trueno, sale un relámpago y de
pie sobre el relámpago, una señora
mayor, como una abuela, vestida de azul,
como una princesa, el pelo blanco, y el rostro amable, y una barita de hada en
la mano derecha, que con voz dulce, apuntando a cada una con la barita, dice:
-así que tu eres Olivia, has cumplido siete, eres muy buena, tu madre se llama
Victoria, montas muy bien en bicicleta y cuando seas mayor pintarás cuadros y
serás famosa; y tú, Mariana, que también tienes siete y eres buena, te llamas
como tu madre, te gusta el golf y cuando seas mayor te dedicarás a la
ciencia; tú Coti, has cumplido ocho pero
ya tienes más de diez en tu cabeza, tu madre se llama Cristina, juegas muy bien
al futbol, cuando te enfadas coges el cesto de las chufas y, cuando seas mayor serás una gran médico que
sanará a sus pacientes de enfermedades
malas; y tú Curris, tienes diez, dos más que tu hermana, lo que más de gusta es
estar en las musarañas, pero cuando seas mayor enseñarás lengua y escribirás
libros…Ah, lo olvidaba, mi nombre es Esperanza,
soy el hada Esperanza.
-¿Cómo sabes esas cosas? -, pregunta Coti asombrada
-Porque soy el hada buena de vuestra familia, todas las
semanas hablo con la abuela Cristi y me cuenta, Coti.
-Pero la abuela se ha muerto -, insiste Coti que sabe muy
bien que no se puede hablar con la abuela porque está en el Cielo
-Es que las hadas, de verdad de verdad, somos ángeles de la
guarda y, aunque vivimos en la tierra, pasamos todas las semanas por el Cielo y
allí la abuela Cristi, que lo ve todo de sus nietas, me cuenta…, pero dejemos
esto, ya os he dicho mucho y, no se lo digáis a nadie porque es un secreto.
-¿Puedes dar un recado a la abuela cuando la veas? -,
pregunta Curris que no quiere perder la oportunidad.
-Curris, no hace falta que le lleve recados, ella te quiere
mucho, os quiere mucho a las cuatro, lo sabe todo, niñas, y, cuando le preguntáis,
en vuestros corazones aparece la respuesta.
- Y ahora que ya os he visto, que he comprobado que sois
buenas, tengo que deciros otra cosa: -lo que estáis viendo, esta sala tan
grande no es una sala, es la gran cueva de los murciélagos y yo la he
convertido en sala para veros y hablar con vosotras un ratito, pero el poder de
mi barita mágica solo da para unos minutos y dentro de un momento, ¡ya, tenéis
que salir corriendo!, volverá a estar llena, llenísima, de murciélagos negros…
adiós niñas, y no lo olvidéis, sed buenas, salid corred mucho y, cuando lleguéis al final
del túnel, abrid la puerta con la llave mágica -.
Y, apenas han salido, corriendo como descosidas, del gran
salón, escuchan detrás de ellas el ruido insoportable del batir de las alas de
los murciélagos y los aullidos de rabia que emiten al descubrir que las niñas
han desaparecido y no pueden beber su sangre, ¡no, no son simples murciélagos,
con terribles vampiros sedientos de sangre!
Corren y corren por los pasillos penumbrosos de una cueva
que no tiene fin, poco a poco se deja de escuchar el ruido de los murciélagos
vampiros y cuando ya no se escucha ningún ruido y el silencio es tenebroso,
porque están agotadas, se detienen un momento, Mariana se sienta en el suelo,
muy callada, Olivia lo hace al lado de su prima llorando angustiada; Curris las
abraza y trata de consolarlas; Coti no tiene tiempo para lloros, y aunque tiene miedo, porque es muy valiente, en
lugar de no hacer nada, en la obscuridad mira a todas partes sin ver
nada…-¡tengo que pensar!, aquí se respira muy bien y eso es, seguro, porque
estamos carca de una salida!, lo dijo el hada, hay salida -.
Coti ha insistido varias veces hasta que, con la ayuda de
Curris, sus primas dejan de llorar, se ponen de pie y, caminando una detrás de
otra, en fila india, Coti primero, luego Mariana, luego Olivia y detrás, para
cuidarlas a todas, Curris.
Avanzan con decisión por los pasillos de la cueva, y dos
veces tienen que cambiar de dirección porque se escuchan cerca, ¡qué miedo!,
los aullidos de los murciélagos que las están buscando.
Pasa el tiempo, se han tenido que sentar otra vez para
descansar, y llorar, y hasta quedarse dormidas, despertar, levantarse y,
muertas de hambre, seguir caminando. ¿Ha pasado una hora, un día, un siglo?,
¿sus padres las estarán buscando?
Olivia, entre sollozo y sollozo, se da cuenta de que está
sentada justo encima de una piedra puntiaguda que le hace daño, se levanta, se
mueve un poco, y se sienta de nuevo, pero ahí sigue la piedra, ahora le hace más daño y entonces recuerda: es
la llave que guardó en el bolsillo después de abrir el arca; la saca y grita: - ¡tengo la llave mágica! -.
Menos Coti todas lo habían olvidado, el hada les dijo que
había salida y que abrieran la puerta con la llave mágica; y, como impulsadas
por un resorte, están muy animadas, se ponen de pie y siguen caminando, pueden
salir de la cueva, ¡hay que tener constancia!
Una pared lisa, negra, pintada con muchas estrellitas
blancas, les cierra el paso, pegada a ella, en el suelo, un arca…¡ya estamos
chicas!, dice Mariana.
- ¡Saca
la llave Olivia!, grita Coti
Olivia saca la llave del bolsillo, la mira, duda un poco y
al fin se decide: - ¡voy a abrir el arca! -.
La llave mágica entra en la cerradura, un giro a la izquierda,
no pasa nada, un giro a la derecha, sigue sin pasar nada…otra vez la llave a la
izquierda y a la derecha, y nada.
Desanimadas, llorando las cuatro, se sientan mirando la
llave, enfrente del arca.
Y entonces, como si nada, la lleve, brillando a tope, se
pone a dar vueltas, y vueltas, y más vueltas; un ruido seco y, frente a ellas, a dos pasos, se
abre la puerta que es la salida del arca.
Salen, se cierra el arca. Escuchan, al fondo, a sus madres
hablando, se enjugan las lágrimas y, las cuatro, lo necesitan, van hacia ellas, para darles
besos y abrazarlas.
Más tarde, cuando, porque la tiene muy sucia, van a ir a
lavarse la cara, al pasar junto a abuelo, este las para y, muy serio y muy bajito, les dice: - ¡nietas, no digáis a
nadie lo que os ha pasado, dejad la llave en su sitio, junto a la otra, y ni se os ocurra abrir otra
vez el arca!