sábado, 15 de octubre de 2022

1014. EN EL ARMARIO DE LAS CHUCHES Y LOS CARAMELOS

  

La idea de este cuento es de mis nietas Curris y Coti, me la han regalado para, luego de que el abuelo la escriba, leer y disfrutar lo que ellas han pensado.

 

En casa del abuelo hay un cuarto de armarios, armarios que tienen de todo y todo muy ordenado, como le gustaba a la abuela, tan ordenado que las nietas, Curris, Coti, Olivia y Mariana, cuando abren las puertas  exploran los cajones, tienen mucho, muchísimo cuidado y  siempre, toquen y retoquen los tesoros, dejan todo, todo, como estaba; saben que si no lo hacen,  sus madres, que lo están deseando, cerrarán con llave además de los armarios, el cuarto de armarios.

Y hoy, cuando sentadas en el cuarto de jugar, discutían el plan de la tarde, Curris ha tenido la idea: hace mucho que no miramos en los armarios. Decirlo ella y levantarse las cuatro: -¡vamos a explorar en los armarios! -.

Unas veces empiezan por uno, otras por otro, depende de qué quiera ver la que entra primero en el cuarto de armarios.  Esta vea ha sido Olivia, que ha ido derecha al tercer armario, el que tiene tantos tesoros guardados en cajones de mil tamaños.

Y, al abrir la puerta y encenderse la luz, en lugar de los  cajones, frente a ellas hay otra puerta. - ¡Qué raro!, el abuelo ha quitado los cajones y ha puesto otra puerta -, dice Curris un poco extrañada. -¡No tiene llave, solo tiene un tirador, igual que los de los cajones -, afirma Mariana que es muy observadora -, -pues claro, ¡abre la puerta Olivia!, ¿a qué estás esperando?, casi grita Coti, desesperada por saber qué hay detrás de esa puerta.

Olivia tira del tirador hacia fuera, la puerta no se mueve, tira otra vez con más fuerza,   -déjame a mí, que tengo diez y soy mayor -, dice Curris muy segura. Y nada, nada, que no se abre la puerta. Durante un rato largo, casi un minuto, discuten, de pie, mirando a la puerta,  qué hacer, ¿tendrá una cerradura escondida? ¿preguntamos al abuelo o a las madres cómo se abre?; en esto, Mariana ve, en el centro de la puerta, las líneas muy tenues del dibujo de la palma de una mano, no lo duda,  pone la suya encima y ¡ya está!, la puerta,  suavemente, poco a poco, sin hacer ningún ruido, se van abriendo hacia dentro; es una habitación muy grande, con mucha luz, y, no hay duda, es como una tienda de chuches pero mucho más grande, y está llena de cuches, de todas las chuches y de todos, todos los caramelos.

Hay tantas chuches y tantos caramelos que, asombradas, se han quedado inmóviles, casi pasmadas, ante tantos tesoros. Todo a su alrededor, salvo la puerta por donde han entrado, desde el suelo hasta el techo, en amplios estantes,  un poco inclinados para que se vean mejor, muy, muy ordenados, por lo que son,  por sus tamaños y colores; a la izquierda, de arriba abajo martillos, chupetes, palitos, bolas,  cintas, terrones de azúcar, rojos, amarillos, violetas, verdes, azules y algunos  y negros, luego los estantes de chupachups,  con  palos largos, cortos y medianos, unos envueltos en papeles de mil colores y otros ya pelados; y las nubes de algodón volando, de arriba a abajo, de abajo a arriba, de izquierda a derecha, de  derecha a izquierda, sin rumbo, a su antojo por todas partes;  y  en el centro, suspendida en el aire, una gran bola de caramelo, roja como la sangre, rodeada de bolitas de todos los colores que giran a su alrededor como si fueran planetas alrededor del sol; y a la derecha de la habitación están los palos y  las cintas, hay miles, largas y gruesas  como brazos, y cortas como horquillas, son amarillas, rojas, verdes, azules, rosas, de dos colores, de tres y también como el arco iris, con dibujos en horizontal, en vertical, haciendo círculos y en espiral, eso sí,  todas están  cubiertas de azúcar, y lanzan  destellos que dicen a gritos, todas  a la vez: - ¡soy, entre las chuches, la mejor!, ¡cómeme! ¡cómeme!; y hay también gominolas, y chicles, y bastones, y ¡bombones!, y, en un sitio cerca de la puerta, están los pastelitos, de crema, de chocolate, de nata…¡Hay tantas y tantas chuches, caramelos, bombones, pasteles y todas las golosinas del mundo que no puede haber más!

Las cuatro, durante un largo rato, por lo menos un minuto, en silencio, miran admiradas los inmensos tesoros que han encontrado.

De repente, de la bola roja que levita en el centro de la habitación, sale un hada guapísima, vestida de hada, con su varita mágica en la mano, que, con una voz muy suave  dice: -niñas, niñas, ya que habéis entrado en mi Gran Palacio, yo, que soy el hada de las chuches y de los caramelos, os doy permiso para que comáis todo lo que queráis, además, no os preocupéis, aquí todo sienta bien y no se os van a quitar las ganas de cenar…ahora, eso sí, ¡os lo advierto!,  ni se os ocurra tocar, y menos aún comer la gran bola roja, ni ninguna de las bolas  pequeñas que giran a su alrededor, son las más dulces y sabrosas pero solo las podemos  comer el abuelo y yo, …¡no lo olvidéis, os lo repito, está muy, muy prohibido agarrar y aún  más prohibido comer, la gran bola roja y las bolas pequeñas que giran a su  alrededor…-Yo ahora os dejo solas, tengo que visitar  otros armarios de chuches para que estén a punto cuando otros niños los puedan visitar -.

-Es como Adán y Eva -, dice Coti que va a catequesis de primera comunión,- podemos comerlo todo menos el fruto del árbol del bien y del mal -.

-No, lo que se comió Adán no era un fruto,   era una fruta -, puntualiza Olivia, que también se prepara para la primera comunión.

- Que no, que lo que se comió Adán era una manzana -, rectifica Coti, que lo sabe muy bien y también se prepara para la primera comunión.

-Pues no tocamos ninguna bola y ya está -, concluye Curris que piensa muy bien porque es mayor.

Y, al principio, con cautela, comienzan a probar las chuches y luego, sin tasa, a devorarlo todo: gominolas, regalices, galletas, bombones, pasteles, caramelos, todo esta bueno, no, cada cosa nueva está mejor.

Mucho rato después lo han probado todo, han disfrutado todo y, las cuatro están de pie, en el centro de la sala, se han quedado mirando la gran bola roja y las bolas más pequeñas que giran a su alrededor…

-Debe ser maravillosa -, exclama mientras se relame los labios Mariana.

-Seguro que es lo mejor -, susurra Olivia.

-Pero es muy peligrosa -, baja a la tierra Coti.

-Muy, muy peligrosa -, confirma Curris.

Coti tiende la mano hacia una bolita violeta de que es muy, muy bonita y está diciendo ¡cómeme!

-¡Quieta Coti!, exclama Curris.

-Solo quiero tocarla -.

-Por tocar las bolas no pasa nada, solo está prohibido agarrarlas y comerlas -, concluye  Coti.

-Sí, sí, se pueden tocar, confirman las demás con  un respiro y, todavía, cierta preocupación.

Y, de pronto ¡Plaf!, las cuatro ya no están en el Palacio de las Chuches,  están  en la habitación de los armarios, frente a la puerta del tercer armario, el que tiene tantos cajones para explorar.

-¿Qué ha pasado? -, pregunta Olivia, relamiéndose los labios con sorpresa y pesar.

-No lo sé -, dice Mariana, que también se relame los labios,  algo airada.

-Abre el armario Olivia-, insiste Mariana -, con un deliciosamente dulce sabor en la boca, deseosa de comenzar a explorar los cajones que hay dentro.

-En casa del abuelo pasan cosas raras y estupendas, no hagáis caso, ¡déjame a mi Olivia que abra yo el armario!, concluye Curris, que es mayor, tiene los labios y un bigote enorme pintado de rojo caramelo y está, aunque no lo nota, muy nerviosa.

Olivia abre la puerta del armario, aparecen los cajones, las cuatro, sin saber por qué se sienten decepcionadas…apenas han abierto algunos,  y mientras el sabor dulce que tienen en sus bocas va despareciendo, su curiosidad por ver los tesoros del abuelo, muy deprisa, también se va perdiendo.

Y, las cuatro, enseguida, no necesitan ponerse de acuerdo, cierran los cajones, la puerta del armario, y salen de la habitación, van a la cocina a beber agua y, entre inquietas y cansadas, irrumpen en el salón y se acercan al abuelo que las está mirando, y esté, muy bajito, sin que salvo ellas no le oiga nadie, les dice: -nietecitas, la ambición y   el ansia, son globos que cuando se hacen demasiado grandes explotan, no consigues más, desaparece lo que ya tienes y  solo queda el recuerdo triste de lo que se fue -, y añade con cierto pesar; - gracias a Dios, niñas, no recordaréis por qué,  pero sabed que habéis estado en el País de lo Mejor,  y, para que podáis volver  a entrar allí, tenéis que aprender a ansiar menos, y a pensar en las consecuencias,  aceptándolas,  antes de  desobedecer -.

Las cuatro, Curris, Coti, Olivia y Mariana,  escuchan, han entendido entre poco y nada de lo que les ha dicho el abuelo, le besan y se marchan, en fila india, a beber agua en la cocina. 


Nota: la imagen está tomada de elconfidencial,  en Internet, 







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