La vida, cuando menos lo esperas, te hace grandes regalos,
y, en estos días he recibido uno que, por inmenso e inesperado, para hacerlo
aún más mío, debo compartir, y lo hago en esta entrada en el blog.
El pasado martes, sobre las siete y cuarto de la tarde, en
Salamanca, luego de caminar unos minutos
desde el hotel en que me alojaba, al llegar a la Plaza del Concilio de Trento,
¡qué nombre para una plaza!, me sentí abrumado: tenía ante mis ojos la fachada
plateresca de una gran iglesia, y olvidado
de todo, esforzando la vista, dediqué
unos minutos, hasta que el rápido anochecer del mes de febrero lo hizo
imposible, a observar y gozar su belleza.
Y entonces, recordando el propósito de mi visita, la
presentación de Detrás de las palabras, la obra que contiene la poesía completa de
Emilio Rodríguez OP, me pregunté: y, ¿dónde estará el Convento de San Esteban?
No estaba lejos, a unos pasos, a mi derecha, tenía la entrada
al convento.
Y, aunque el vestíbulo que encontré al cruzar el portalón
era digno de mucha atención, porque inmediatamente tropecé con otras personas,
algunas conocidas, que acudían al acto de la presentación del libro, dejé de
pensar en el edificio y me concentré en hablar con otros asistentes sobre la
obra del poeta y, sobre todo, a compartir con ellos preciosos recuerdos del que
fue nuestro amigo.
No explicaré aquí lo que fue el acto de la presentación del
libro, al final de esta entrada hay un enlace a You Tube, y allí está
incluido un vídeo que contiene completo el desarrollo el acto.
Sin embargo, cuando más tarde, terminado el acto, fue
magnífico, caminando despacio de vuelta al hotel, no hacía frio, quizá porque
me habían impresionado los retratos de los padres dominicos que cuelgan en la
gran y austera sala que es hoy el Aula
Magna de la Facultad de Teología, comencé a lucubrar, pensando en el Padre Vitoria,
en su visión, increíble en su época, de la libertad y luego, en lo que recuerdo
del Padre Mariana y de Suárez, los dos jesuitas; y todo ello para darme cuenta
de que no se nada de la Escuela de Salamanca, y de los dominicos que la
hicieron, salvo algunos nombres, menos que nada. Afortunadamente, cuando llegué
al hotel lo tenía bastante claro: ¡tengo que conocer mejor a Francisco de
Vitoria, leer a Domingo de Soto, a Melchor Cano y a Pedro Sotomayor, después,
dentro de unos meses, Dios dirá.
Es una sensación extraña la que tienes cuando tendido en la
cama, por la noche, te das cuenta que el espacio que ocupa tu cuerpo, seguro,
lo han ocupado antes muchos otros hombres. El hotel, me dicen, fue antes
convento, ¿de frailes?, ¿de monjas?, ¿almas en paz o torturadas?, ¿amantes de
Dios o refugiados de otra vida? ¿fanáticos, estudiosos, santos? Miro el cielo,
la luna de invierno ilumina la noche de Salamanca; y, en el confortable calor
de la habitación, con un escalofrío, pienso en el frío que, seguro, por mucho
tiempo otros hombres o mujeres, han pasado en ella.
Más tarde, a lo largo de la noche, en el despreocupado
duermevela que es mi sueño de viejo, una y otra vez he visto moverse, entre el
techo y las paredes, como tenues fantasmas, las sombras de las almas, unas brillantes y otras
apagadas, que han llenado mi memoria de inquietantes, recuerdos que no eran míos.
Y, cuando la luz del amanecer me ha despertado, con
sensación de fuerza y hambriento de saber, todavía en la cama, durante un largo
rato he leído, “navegando” en Internet, cosas,
casi ninguna sólida, ¡todavía no se buscar!, de y sobre los dominicos de los
siglos XV y XVI.
Más tarde, porque el tiempo pasa muy deprisa, he tenido que
correr; a media mañana estaba en el Convento de San Esteban; hoy la diferencia con
ayer, quiero, ansío, aprender
algo del ingente alabar, bendecir y predicar, el lema dominico, acumulado aquí, durante siglos, por los sabios miembros
de la Orden de Predicadores.
Y, ¿qué decir de lo vivido en este convento de la mano
generosa de Fray Bernardo, en esta luminosa
mañana de miércoles? Y, porque es cierto que solo desde la emoción se puede
abrir la mente al conocimiento, obvio describir aquí la belleza de los
claustros, el de los Reyes, el de Colón y el de los Aljibes, el valor inmenso de
los libros guardados, hablar del lujo exuberante de la Sacristía, ensalzar la
escalera de Soto o loar, en la iglesia, gótica y renacentista, sus altísimos techos, el retablo mayor de
Churriguera, el más pequeño de su hermano Joaquín, o el enorme fresco de Palomino.
Así, contagiado el corazón con tanta belleza, en algún
momento de la visita, quizá pisando las losas anónimas que cubren los restos
enterrados de los grandes juristas, teólogos y predicadores dominicos de este
convento, en una nube de emoción, hecha de hábitos blancos, han vuelto o han
llegado, para seguir conmigo, las grandes preguntas, tan olvidadas, que me
atenazan el alma como ser humano: el sentido de la vida, el azar, el destino,
la Providencia, el amor, la transcendencia…
Y sí, pasadas las horas, escribiendo estas líneas, en casa,
lejos de San Esteban, siento que mi amigo Emilio Rodríguez, con la presentación
de Detrás de las palabras,
desde el Cielo, me ha hecho un último y
gran regalo: en el recorrido, hasta el
final, del Convento de San Esteban, explicándomelo
todo, Fray Bernardo, el sabio dominico, ¡le estoy del todo agradecido!, ha reabierto
en mi mente el ansia de atenuar mi ignorancia aprendiendo del saber acumulado de la Escuela de Salamanca y
de la Orden de Predicadores. ¡muchas gracias Fray Bernardo!
Nota: para terminar esta entrada, y antes de las
fotografías, tomadas de Internet, del Convento de San Esteban, se incluye un enlace
al vídeo, en You Tube, de la presentación, el día 14 de febrero de 2023, en Salamanca, de Detrás de las Palabras, la
poesía completa de Emilio Rodríguez OP.