Pues sí, ayer sufrí un buen disgusto: la derecha perdió las
elecciones y el doctor Sánchez puede seguir en la Moncloa como presidente del
gobierno del Reino de España.
Y, hoy, además de cuidar mis goteras, como es normal, he
dedicado el día, sobre todo, pensando, a lamerme las heridas.
¿Cómo es posible que haya tantos españoles que prefieran las
barbaridades que han hecho en estos años, y las que prometen y van a hacer en los
próximos, los progresistas y sus socios separatistas?
¿Cómo es posible que la mitad de los españoles no vean el
desastre al que nos llevan los políticos izquierdistas y separatistas?
Ah, es que tenemos un país lleno de ignorantes, que se han
dejado engañar por aprovechados políticos social-comunistas e iluminados independentistas.
Ah, es que tienen razón quienes piensan que, con nuestra idiosincrasia,
y la de los chinos, la democracia es una locura; no hay más que ver cómo progresábamos
con Carlos III y el despotismo ilustrado; lo bien que lo hacía Franco, y cómo
China va como un tiro.
Ah, es que los nuestros, nosotros, somos buenos y ellos,
los otros, son malos.
Ah, es que nosotros sabemos y los otros no saben.
Y, ah, es que, además, los otros, los progresistas desperdician
el dinero, mienten como bellacos y, en cuanto nos descuidamos hacen trampas.
Pues resulta que, pensándolo bien, no: ni mi mitad de los
españoles es ignorante ni tampoco lo es la otra mitad. Cada persona, con la
información disponible, elije y vota lo que cree que es mejor, o, a veces, menos
malo, para ella, para su familia y, también, para la sociedad.
Y, si es así, quizá todos deberíamos ponernos en lugar de
los demás, tratar de comprendernos y buscar lo mejor; pero ¡es tan difícil!
Es tan difícil que hasta en Estados Unidos, en Francia, en
Bolivia y en España, en todas partes, la sociedad está partida y, ¡esto es lo peor!, parece que odiar,
aplastar y destruir a la otra parte es el medio, malo para todos, que se está
imponiendo.
Y, sabes qué, en momentos como este, aunque soy un descreído, pienso que al final, el
auténtico y único camino es el, tan conocido como olvidado, amor al prójimo que,
a los cristianos, nos descubrió Jesucristo.
Bueno, pido todas las disculpas por escribir, para mí y para
mis amigos, algunas de las muchas cosas que hoy he pensado para consolarme, lamiéndome
las heridas, por haber perdido.
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